Reflexiones Bíblicas

Domingo XX del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

INTRODUCCIÓN A LAS LECTURAS

Proverbios 9,1-6: Efesios 5,15-20: Juan 6,51-59:

PROVERBIOS. Esta primera lectura de hoy es como un anuncio de lo que Jesús, sabiduría del Padre, va a decir en el evangelio que leemos en este domingo. Jesús, Sabiduría encarnada, ha preparado para nosotros su banquete, ha mezclado el vino, y ha puesto la mesa eucarística, y despacha a sus evangelizadores a todos los sitios a invitar a las gentes a su Eucaristía. Y nos sigue diciendo a todos nosotros: «vengan a comer mi pan». El pan y el vino que la sabiduría ofrece, son el pan y el vino que nos ofrece Jesucristo, Sabiduría eterna, son su Cuerpo y su Sangre. En estos pocos renglones es fácil descubrir la figura de Cristo. La Sabiduría es figura y representación del Hijo de Dios. En el evangelio de San Mateo (22,4) se leen unas palabras de Jesús muy parecidas a estas: «vengan, que mi banquete está preparado». Este banquete es para todos, para sabios e ignorantes, para prudentes e imprudentes. Es lo que dirá San Bernardo: «si eres imprudente, acércate al que es Fuente de toda Sabiduría, y El te dará la prudencia que necesitas». Para algunos parece que la vida no nos hubiera enseñado nada. Como que no somos capaces de sacar lecciones de nuestras amargas experiencias. No saber sacar lecciones provechosas de las experiencias de la vida es la «inexperiencia». La lectura de hoy nos invita a dejar la inexperiencia y a adquirir la «prudencia», que es la virtud por medio de la cual cuando tenemos que escoger entre dos cosas, escogemos la que mejor nos aproveche para nuestra vida. Los entendidos dicen que por inexperiencia se entiende aquí el no saber gobernar y dirigir la propia vida.

JUAN. Ante las palabras de Jesús volviéndose a autoproclamar el Pan vivo bajado del cielo, con el poder de comunicar la vida a quien lo coma, los judíos persisten en su incredulidad porque no aciertan a comprender cómo puede darles a comer su propia carne.

Pero Jesús no se deja intimidar; sabe muy bien lo que está ofreciendo, como enviado del Padre, a sus oyentes, y prosigue los pensamientos analizados el domingo anterior, ensanchando aún más su contenido, que suena a reto, pero también a buena noticia en estado puro. Ahora ya no habla sólo de comer su carne, también de beber su sangre para poder tener vida.

En realidad está hablando de su encarnación y muerte, los dos momentos cruciales de su historia terrena. Uno al inicio de su trayectoria histórica, otro al final de su existencia terrena. Ofrece su carne, es decir: su plena realidad humana, envuelta en la visible corporeidad, para la vida del mundo en una entrega personal y consciente que llega hasta la muerte.

El Hijo del Padre, en obediencia a los designios divinos, se autodona, convirtiéndose en verdadera comida y en auténtica bebida de Vida.

El cristiano sabe muy bien que en la eucaristía Jesús se da por completo para la vida de los hombres, haciéndose eficazmente presente y actuante de modo salvador, de manera que esa presencia es, a la vez, de muerte y de resurrección. Experimenta con toda su alma que comiendo su carne y bebiendo su sangre la vida divina actúa en él y ésta se convierte en prenda segura de su resurrección.