Reflexiones Bíblicas

Epifanía del Señor, Ciclo C

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Isaías 60, 1-6

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

Salmo responsorial: 71

R/Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra.

Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R. Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. R. Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos; que los reyes de Sabá y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. R. Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. R.

Efesios 3, 2-6

Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

Mateo 2, 1-12

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel"".

Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: "Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo". Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

COMENTARIOS

EFESIOS. Esta lectura habla de Epifanía, de manifestación y revelación de cosas ocultas, para llenarnos de alegría al conocer el plan misterioso de Dios. Es el fin ideal de todo particularismo y discriminación, de toda exclusión o segregación. «Gentiles» somos todos los pueblos de la tierra que no estamos étnicamente vinculados con el judaísmo. Ellos, los judíos, se consideraban el único pueblo elegido. Ahora comparten su elección con la humanidad entera. Ahora ven, admirados, cómo los pueblos vienen a Jerusalén, representados en los magos de Oriente, y se postran ante Jesús ofreciéndole sus pobres dones materiales, para recibir, en cambio, el abrazo amoroso de Dios. Es el fin de todo particularismo porque eso hay que convertirlo en realidad, sabiendo que, como Dios no hace acepción de personas, tampoco nosotros podemos hacerlas. Que hemos de convertir en realidad aquello de que «todo hombre, todo ser humano, es mi hermano». Que no existe razón alguna para despreciar a nadie, ni por su raza, ni por su lengua, ni por su religión, ni por su particular cultura, ni por su condición social, ni por ninguna razón. San Pablo está en lo cierto al decir que se le reveló un misterio «que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos», pues hasta ahora seguimos pensando que hay muchas razones para considerarnos distintos, superiores, «elegidos por Dios, depositarios únicos de la salvación», mejores que los demás. El misterio de que habla San Pablo es precisamente ese: que Dios nos considera a todos iguales, y nos ama en consecuencia, a todos por igual, con particular predilección por los que nosotros nos empeñamos en excluir..

MATEO. El evangelio de Mateo fue escrito para cristianos que habían sido judíos, que podían seguir creyendo que sus privilegios de pueblo elegido seguían vigentes. San Mateo les enseña que ya no es así, que ya no hay privilegios, o que a todos los seres humanos alcanza lo que era exclusivo para ellos. Y se los enseña por medio de la escena que acabamos de leer: unos magos venidos de Oriente preguntan por el recién nacido rey de los judíos, cuya estrella han visto en el cielo. Cualquier pueblo, cualquier hombre o mujer de buena voluntad, que busque sinceramente el bien, la justicia y la paz, puede verse representado en esos magos orientales que nuestra imaginación cristiana ha dibujado con trazos tan amables. No son las simpáticas figuras del pesebre con sus camellos y dromedarios, con sus nombres exóticos, con el lujo de sus vestiduras y su séquito como de cuentos de hadas. Somos todos los que buscamos la verdad y el amor, los que guiados por ese anhelo, como si fuera una estrella, encontraremos a Jesús, y le podremos ofrecer lo mejor de nosotros mismos, porque reconocemos en Él al mismo Dios hecho humano.