Reflexiones Bíblicas

Domingo III del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10

En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley.

Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo -pues se hallaba en un puesto elevado- y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: "Amén, amén."

Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.

Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: "Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis."

Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: "Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza."

Salmo responsorial: 18

R/Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. R. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. R. Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío. R.

1Corintios 12, 12-30

Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno sólo. Si el pie dijera: "No soy mano, luego no formo parte del cuerpo", ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: "No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo", ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito"; y la cabeza no puede decir a los pies: "No os necesito." Más aún, los miembros que parecen mas débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían. Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?

Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Ilustre Teófilo: Puesto que muchos han intentado componer la narración de las cosas realizadas entre nosotros según nos lo han enseñado los mismos que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, que he investigado cuidadosamente todo desde los orígenes, hacerte una narración ordenada, para que conozcas el fundamento de las enseñanzas que has recibido de palabra.

Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendio por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor." Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir."

COMENTARIOS

NEHEMÍAS. Estamos a finales del siglo V a.C., los judíos hace pocos años que han regresado del destierro en Babilonia y a duras penas han logrado reconstruir el templo, las murallas de la ciudad, sus propias casas. Les hace falta urgentemente una norma de vida, una especie de "constitución" por medio de la cual puedan regirse en todos las aspectos de la vida personal, social y religiosa.

Nuestro texto nos habla de una lectura solemne del libro de la Ley ante todo el pueblo. Todos escuchan la proclamación de la ley de Dios, cuya anterior desobediencia les ocasionó un duro correctivo. Como es lógico, este reencuentro de Dios con su pueblo a través de la proclamación y aceptación de su palabra termina con un signo de bendición que los allí congregados acogen respondiendo "Amén, amén".

Los levitas leen al pueblo el libro de la ley con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Al escuchar la ley el pueblo llora, y lo hace por dos motivos: uno porque al conocerla reconocen sus pecados, y otro por la emoción de saber que, a pesar de ellos, el Señor ha perdonado a su pueblo y lo ha vuelto a salvar. No puede haber mayor motivo de alegría: conocer y comprender la palabra de Dios. No es momento, pues, de luto ni de llanto, sino de alegría: No estéis tristes, pues el gozo del Señor es vuestra fortaleza.

LUCAS. El evangelio de hoy tiene dos partes que hay que distinguir por necesidad. La primera corresponde al prólogo de la obra lucana, dedicado a un cierto Teófilo, que quizá ayudó a Lucas en la tarea evangelizadora, aunque no sepamos cuándo y cómo. Lucas pretende componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros en torno a Jesús de Nazaret. El relato compuesto sigue las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. El contenido logrado por el evangelista responde a la exactitud histórica, comprobando todo exactamente desde el principio.

La segunda parte, casi cuatro capítulos después en el entramado del escrito, narra los inicios de la actividad pública de Jesús en su aldea de Nazaret. Lucas quiere dar a esa estancia en su patria un carácter programático, presentando a Jesús en su función profética en la sinagoga.

El programa de Jesús es algo muy sencillo y eficaz para transformar la realidad: dejarse guiar por el Espíritu, que está sobre él. Jesús, convertido en el hombre para los demás, en conformidad con los planes divinos, se debe a todos los necesitados, a los que se encuentran en postración e indigencia.

Estamos llamados a proseguir con lealtad y arrojo la causa de Jesús que, hoy como ayer, tiene las caras mencionadas e iguales destinatarios. El destino humano de sufrimiento se repite desgraciadamente una y otra vez a lo largo de la historia y seguirá repitiéndose hasta el final. Para ello contamos con el Espíritu de Jesús, que se encuentra en nosotros como lo estuvo también en Él. Ese Espíritu vivificador nos garantiza el éxito de la empresa.