Reflexiones Bíblicas

Domingo V del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Isaías 6, 1-2a. 3-8

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: "¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!" Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: "¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos." Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: "Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado." Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: "¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?" Contesté: "Aquí estoy, mándame."

Salmo responsorial: 137

R/Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario. R. Daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama; cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. R. Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. R. Tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. R.

1Corintios 15, 1-11

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.

Lucas 5, 1-11

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Rema mar adentro, y echad las redes para pescar." Simón contestó: "Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes." Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador." Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres." Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

COMENTARIOS

ISAÍAS. El autor ubica la escena en un tiempo concreto, año 740 a.C. que corresponde a la muerte del rey Osías (740 a.C). El relato se divide en dos partes: la visión y la reacción del profeta.

La escena comienza a desarrollarse probablemente en el templo de Jerusalén, donde el profeta recibe la visión de una liturgia celeste. La santidad de Dios se hace visible a través de su gloria, y la gloria de Dios se manifiesta a través de sus obras en la creación y de sus acciones liberadoras a favor de su pueblo.

En la segunda parte se nos muestra la reacción de Isaías ante la visión, poniendo el acento en la impureza de sus labios y los de su pueblo. Pasando de la angustia del pecado a la seguridad de estar acreditado para hacer de profeta, responde de inmediato "aquí me tienes", manifestando así su disponibilidad y pertenencia absoluta a la voluntad del Señor.

LUCAS. Las llamadas de Dios (en el lenguaje religioso, "vocación"), son siempre "llamadas hacia adelante" (que es lo que literalmente significa "pro-vocación"). Son una incitación a hacer algo, una invitación a salir de una determinada situación actual, y avanzar dando pasos nuevos en la fidelidad y en el compromiso creyentes. Es lo que Jesús le indica a Pedro cuando le dice: ¡rema mar adentro!. Son llamadas exigentes y desestabilizadoras que exigen capacidad de arriesgo y una buena dosis de confianza.

No es de extrañar que los llamados manifiesten su incapacidad o indignidad para aquello que se les propone. Es lo que le sucede a Pedro que, de rodillas ante Jesús, dice ¡apártate de mí, Señor, que soy un pecador! Queda así claro que los llamados son personas normales, limitadas y pecadoras como nosotros. Hay que entender que el milagro que realiza Jesús estuvo más en lograr que Pedro superara las razones que tenía para no echar las redes, que en los resultados espectaculares que luego consiguió. Y de ese milagro estamos necesitados también nosotros.

Al llamar, Dios no tiene en cuenta las virtudes sino, ante todo, la disponibilidad. Y para facilitar esa disponibilidad Pedro, Santiago y Juan sacaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, le siguieron.

Probablemente el seguimiento de Jesús no nos va a exigir hoy a nosotros el abandono y la renuncia de todo lo que tenemos y disfrutamos; pero, con toda seguridad, el Señor también nos pide una mayor libertad y una generosa disponibilidad. No son pocos los pesos y ataduras que hoy nos esclavizan. Es necesario que nos liberemos de ellos, que cortemos con muchas servidumbres y dependencias, que ordenemos inteligentemente las prioridades, y nos ofrezcamos al Señor con mayor disponibilidad. Sólo siendo más libres podremos seguir hoy a Jesús
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