Reflexiones Bíblicas

Domingo VI del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

 

Jeremías 17, 5-8

Así dice el Señor: "Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto."

Salmo responsorial: 1

R/Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. R. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. R. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal. R.

1Corintios 15, 12. 16-20

Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

Lucas 6, 17. 20-26

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: "Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas."

COMENTARIOS

JEREMÍAS. El profeta Jeremías levanta la voz en medio de las desigualdades e injusticias que en su pueblo estaban impidiendo una convivencia en paz. Y, de parte del Señor, advierte del desastre que les espera a los opresores injustos, que viven confiando en sus riquezas y apartando su corazón del Señor. Afirma, además, que los que han puesto su confianza en el Señor no se sentirán defraudados; ellos tienen por delante un futuro lleno de frutos y de gloria. Los primeros son como un cardo en la estepa, los otros como un árbol plantado al borde del agua.

Puestos a escoger entre un cardo y un árbol plantado junto a una acequia, ninguno de nosotros tendría dudas en la elección? Pues con estas dos imágenes, de enorme fuerza plástica, la primera lectura y el salmo expresaban las dos opciones que tenemos todos ante la vida: confiar en nosotros mismos y en nuestras posibilidades o apostar por Dios, poniendo sobre todo nuestra confianza en Él. Ante esta doble opción ¿tenemos, quizás, la misma seguridad? Hoy la Palabra de Dios afirma, de forma contundente, que sólo es dichoso y se aventura bien "el que pone su confianza en el Señor" (Salmo)

LUCAS. Seis siglos después, Jesús asume la misma denuncia y ratifica las palabras del profeta: declara dichosos y bienaventurados a los que son los últimos, porque Dios ha decidido hacer suya su causa y mirar especialmente por ellos; suyo es el Reino de Dios. A la vez, advierte, con palabra grave y severa, de los riesgos que corren y del desastre que les amenaza a los que, seguros y asentados en sus riquezas, vuelven la espalda a Dios y se olvidan del prójimo: ¡ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!. Las palabras de Jesús más que "una maldición", expresan la compasión que le produce su actitud ciega e insolidaria.

Las bienaventuranzas no son sólo promesa para el futuro; son, además, anuncio de que todo está cambiando desde Jesucristo, porque se inaugura el reinado de Dios. Estas palabras se cumplen en Él que fue el primer bienaventurado, antes que en nadie,. Viviendo como vivió, en el amor a Dios y en la entrega absoluta a los demás, "se aventuró bien", como acredita su gloriosa resurrección. Por eso en Él comienza también la exigencia de realizar ya, en este mundo, el anuncio de las bienaventuranzas, que son su biografía y también nuestro programa de vida. El pasó por el amor y la sed, por el anonadamiento y la injusticia, hasta ser exaltado hasta lo más alto de la Vida. Ese paso suyo y su destino son ahora también los nuestros. Por eso, el hombre pobre y el que se hace libre, el que tiene hambre y el que comparte el pan, el que llora y el que gasta su vida en consuelos de justicia... está recorriendo los pasos del Señor y es un hombre bienaventurado.

Hoy Manos Unidas nos invita a analizar nuestra realidad. En dos palabras, un tercio de la tierra ríe y se crece en su soberbia, y, mientras tanto, dos tercios de la tierra lloran. También nosotros vivimos de ambición, nos rodeamos de egoísmo, crecemos en insolidaridad, mantenemos injusticias. ¿Dónde hemos dejado las bienaventuranzas?