Reflexiones Bíblicas

Domingo I de Pascua, Ciclo C

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto."

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

COMENTARIOS

HECHOS DE LOS APÓSTOLES. Durante toda la Pascua recorreremos, a través de la primera lectura, los momentos iniciales de la Iglesia naciente. El libro de los Hechos de los Apóstoles será nuestra fuente. Una obra que da continuidad, como una segunda parte, al evangelio de Lucas. Cumplido el tiempo-misión de Jesús en este mundo (Evangelio) comienza ahora el tiempo-misión de la Iglesia (Hechos), hasta que llegue el nuevo y definitivo regreso del Señor en la parusía. Este libro se centra en el anuncio misionero de los primeros cristianos, en la formación de las primeras comunidades, en los primeros pasos de la comunidad cristiana: su estilo de vida -siempre idealizado-, su expansión y organización, sus persecuciones...

El texto de hoy forma parte del discurso de Pedro en la casa de un pagano, Cornelio, un centurión romano. Pedro, que en el relato representa a la Iglesia entera, ha superado las barreras del judaísmo y se ha abierto a todos los pueblos en el anuncio del mensaje de salvación.

Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.

EVANGELIO. El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, sino que se vuelve para buscar a Pedro y al "otro discípulo al que el Señor quería mucho". En la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto, creyeron, entendieron que la Escritura decía que Él tenía que resucitar.

La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue, a partir de entonces, su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados-, para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.

Todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.

Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás, la capacidad de reunificación, la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.