Reflexiones Bíblicas

Viernes Santo, Ciclo C

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J 

 

Isaías 52,13-53,12

        Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quien creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.

        El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomo el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

        Salmo responsorial: 30

        R/Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

        A ti, Señor, me acojo: / no quede yo nunca defraudado; / tú, que eres justo, ponme a salvo. / A tus manos encomiendo mi espíritu: / tú, el Dios leal, me librarás. R. Soy la burla de todos mis enemigos, / la irrisión de mis vecinos, / el espanto de mis conocidos; / me ven por la calle, y escapan de mí. / Me han olvidado como a un muerto, / me han desechado como a un cachorro inútil. R. Pero yo confío en ti, Señor, / te digo: "Tú eres mi Dios." / En tu mano están mis azares; / líbrame de los enemigos que me persiguen. R. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, / sálvame por tu misericordia. / Sed fuertes y valientes de corazón, / los que esperáis en el Señor. R.

        Hebreos 4,14-16;5,7-9

        Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado con todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

        Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

        Juan 18,1-19,42

        Prendieron a Jesús y lo ataron

        COMENTARIOS

        El crucificado es elevado ante nosotros. "Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo". Nos inclinamos ante ella y la honramos; la besamos y participamos de su capacidad curativa. Nos sumergimos en el misterio de un Dios crucificado cuyo amor sostiene incluso la brutalidad con que nos tratamos unos a otros.

        Miremos la cruz, para aprender realismo. La cruz produce escalofrío; nos sitúa en el corazón del sufrimiento humano. Descubrir que aquella vida tenía un precio, que toda vida tiene un precio; que, por lo que has elegido, te van a pasar por el madero.

        Miremos la cruz para descubrir cómo sufre Cristo en su humanidad. "Desfigurado, sin aspecto atrayente, sin belleza, despreciado, rechazado, abrumado de dolores, familiarizado con el sufrimiento, sin defensa ni justicia" nos dice Isaías. Es el reflejo del pecado del mundo que mata al Hijo y llega al Padre. La cruz que afecta a Dios mismo. En toda carne herida está crucificado Cristo. "No te cierres a tu propia carne". El dolor de cualquier hombre o mujer es dolor de la familia humana.

        Miremos la cruz para saber de Dios. Ante las desgracias, las catástrofes, el dolor y la muerte nos preguntamos, ¿dónde está Dios? La cruz nos dice que el problema no es dónde está Dios, sino ¿cómo está Dios? En la desgracia, en el dolor insoportable, Dios Padre está en la cruz hecho dolor y amor. Dios Padre está herido como los están los padres y las madres ante el dolor y la muerte de sus hijos. Pero la cruz nos dice también que Dios es misericordia; que la brutalidad de los hombres es acogida misteriosamente por el que es misericordia absoluta. Desde lo alto de la cruz Dios muestra su amor infinito.

        Miremos a las mujeres junto a la cruz de Jesús para aprender compasión. También estas mujeres nos dicen que Dios no nos quiere omnipotentes, haciendo declaraciones de fidelidad, sino poniendo en juego nuestra debilidad. Los varones huyen, las mujeres permanecen inaugurando la iglesia de la misericordia. En la cruz, la Iglesia del poder y la prepotencia masculina queda derrotada por esta iglesia femenina de la humildad y la valentía.

        Miremos la cruz para aprender confianza. "En tus manos pongo mi vida". Uno como nosotros, hecho de nuestra misma carne, humano hasta sudar sangre, uno entre tantos, como decía la carta a los Hebreos, ha sido capaz de vencer los miedos, la angustia y la desesperación y "permanecer". Se trata de permanecer. El verdadero discípulo permanece junto al Maestro; permanecer junto al que llegó hasta el final. "Junto a la cruz estaban su madre..." Permanecer para verificar la autenticidad de las palabras, la correspondencia entre vida y palabra. En la cruz está aquél que dijo: "Nadie tiene mayor amor a su amigo que el que da la vida por él". "El buen pastor da la vida por sus ovejas". Si el grano de trigo no muere, queda infecundo..."

        Mirad al crucificado para aprender por dónde se va hacia el futuro, para descubrir que la cruz es la penúltima de las paradojas del evangelio. Cuando todo parecía acabar fue cuando todo comenzó. Juan recurre al lenguaje de los signos y afirma que de aquel cuerpo agotado y colgado brotó sangre y agua; brotó la vida. Al expirar entregó el espíritu para filtrarse por todos los rincones y grietas del universo.

        Mirar al crucificado para hacernos compañeros de Jesús. Si por un lado la cruz nos invita a reconocernos pecadores porque somos agentes en la situación de tantas cruces en el mundo, también nos invita a descubrirnos pescadores, llamados a ser misericordia. Nos reunimos a los pies de la cruz como testigos y discípulos, escuchando la invitación del crucificado a vincularnos unos con otros a cuidar unos de otros e inaugurar la nueva familia de Dios ("Mujer, ahí tienes a tu hijo...").

        Mirar para contemplar, y que lo contemplado nos atraiga y movilice.

                                           

                                        (HOMILÁTICA. SALTERRAE 2007/2, pp.166-167)