Reflexiones Bíblicas

Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J 

 

 

INTRODUCCIÓN A LAS LECTURAS    

Génesis 18, 20-32

En aquellos días, el Señor dijo: "La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré."

Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.

Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: "¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?"

El Señor contestó: "Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos."

Abrahán respondió: "Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?"

Respondió el Señor: "No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco."

Abrahán insistió: "Quizá no se encuentren más que cuarenta."

Le respondió: "En atención a los cuarenta, no lo haré."

Abrahán siguió: "Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?"

Él respondió: "No lo haré, si encuentro allí treinta."

Insistió Abrahán: "Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?"

Respondió el Señor: "En atención a los veinte, no la destruiré."

Abrahán continuo: "Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?"

Contestó el Señor: "En atención a los diez, no la destruiré."

Salmo responsorial: 137

R/Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario. R.

Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad. Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. R.

El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio. Cuando camino entre peligros, me conservas la vida; extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo. R.

Y tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. R.

Colosenses 2, 12-14

Hermanos: Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos.

Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en él, perdonándoos todos los pecados.

Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.

Lucas 11, 1-13

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos."

Él les dijo: "Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.""

Y les dijo: "Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle."

Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos."

Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues así os digo a vosotros:

Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.

¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?

¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?"

COMENTARIOS

GÉNESIS. En relación con el pasaje evangélico observamos la conveniencia de insistir a Dios en nuestras peticiones. El relato del Génesis nos ofrece, en este sentido, uno de los más bellos pasajes del Antiguo Testamento. En él, Dios y Abrahán nos ofrecen unos diálogos propios de dos amigos. Tal es la confianza de uno con el otro, salvando las distancias, que Abrahán no duda en insistir al Señor, en regatear con Él, en forzar, de algún modo, una postura favorable a sus propuestas.

Lo que se está dilucidando es uno de los problemas más complejos y debatidos en la teología veterotestamentaria: la ecuanimidad de la justicia divina y el modo de ejercerla. Hasta la morada de Dios han llegado quejas del proceder inmoral de los habitantes de dos ciudades. ¿Puede el Dios justo permanecer impasible? ¿Qué deberá hacer ante ello el juez universal y todopoderoso?

Encontramos la clave de nuestro texto, en la interpelación de Abrahán: ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Realmente, no es la suerte del justo lo que preocupa. Sino el interés que el autor pone en resaltar cómo la justicia de unos pocos puede interceder y salvar a unos muchos: ¿No perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él?

Visto que Dios acepta el planteamiento de Abrahán, este irá rebajando la cantidad necesaria. Al final las ciudades serán destruidas, pero hubiera bastado encontrar solamente diez para haber sido perdonadas. Es decir, ante Dios, el valor de la santidad es infinitamente más grande que el poder destructor del pecado. Así, en el NT se resaltará cómo la justicia de uno solo llegará a ser fuente de salvación para toda la humanidad. En nuestro texto, sólo Lot será hallado inocente y será salvado. Pero su justicia no salvará las ciudades.

LUCAS. Como buen judío, Jesús tiene una certeza absoluta de que el Padre escucha las oraciones de sus hijos. Incluso promete de modo solemne que su oración será siempre escuchada con toda seguridad, y que no la hace superflua, sino, bien al contrario, posibilita su eficacia.

Jesús estimula e invita a orar de manera incansable. A la vez proclama una buena nueva: la confianza ilimitada en el Padre de los cielos.

En realidad, esa confianza ilimitada en el Padre de los cielos encuentra su más firme fundamento en la oración que Jesús nos enseñó. El "padrenuestro" puede considerarse como la plegaria por antonomasia de los hijos y hermanos del reino, que hacen suya la causa de Dios y la causa de los hermanos. No tenemos mejor resumen de lo que significa ser cristiano y vivir como tal en acción y contemplación que esta oración, que un bendito día, inspirado por el Espíritu, nos legó el Hijo y Hermano con mayúscula que es el Señor Jesús. Esta oración se ha convertido en el distintivo supremo de cómo los cristianos estamos llamados a orar y, a la vez, nos proporciona el contenido preciso que hemos de dar a nuestro trato directo, sentido y humilde con el Padre a impulsos del Espíritu.