Reflexiones Bíblicas

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J 

 

 

INTRODUCCIÓN A LAS LECTURAS     

Sabiduría 9, 13-18

¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos, y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu santo espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría los salvó.

Salmo responsorial: 89

R/Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Tú reduces el hombre a polvo, diciendo: "Retornad, hijos de Adán." Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna. R.

Los siembras año por año, como hierba que se renueva: que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca. R.

Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos. R.

Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos. R.

Filemón 9b-10. 12-17

Querido hermano: Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión; te lo envío como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar, en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo; así me harás este favor, no a la fuerza, sino con libertad. Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.

Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: "Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío."

COMENTARIOS

SABIDURÍA. La primera lectura y el salmo nos introducen en la contemplación del único que es Sabio y Todopoderoso. Es una constante en los textos bíblicos el contraste entre la grandeza y eternidad del Creador y la pequeñez y limitación de las criaturas. Nada ni nadie se le puede comparar. E insensatos son aquellos que, llenos de orgullo, se creen algo ante Él. El hombre resulta al lado del Creador un absoluto ignorante. Es tan indocto que ni siquiera comprende lo que Dios quiere.

Dejada a sus propias fuerzas, la humanidad resulta incompetente para el profundo y verdadero conocimiento de la verdad. Pero esta incapacidad humana se ve ayudada por la asistencia del espíritu divino, por su sabiduría que Dios concede a sus fieles para que, gracias a ella, conozcan sus designios, y puedan así seguir su voluntad. Esta es la única posibilidad que tenemos los seres humanos para conocer y seguir los rectos caminos, lo que agrada al Señor.

En el salmo, que apoya las ideas expresadas en la primera lectura, el orante pide al Señor que "nos enseñe a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato". En todo caso, el Señor deberá actuar con compasión y misericordia, pues, de otro modo, ¿cuál sería el destino de los hombres sino la perdición, el abandono a su propia suerte?

LUCAS. Me fijo en la consecuencia de los plantemintos que hacen las dos primeras partes del evangelio de hoy. La consecuencia con que acaba la reflexión no puede ser más tajante, aunque conviene que sea bien entendida: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. Estas palabras nos encaran ante el dilema: o Dios o las riquezas, o Jesús o las cosas de este mundo. Pero no pueden ser comprendidas, de hecho nunca han sido entendidas así por la tradición cristiana, en el sentido que el seguimiento de Jesús exige siempre la renuncia a todos los bienes. Ni que decir tiene que el auténtico discípulo se decide por Jesús, que significa lo mismo que optar por Dios. El Señor es mejor pagador que los bienes de la tierra, aunque a primera vista nos parezca lo contrario. Él consigue que vivamos una nueva existencia, mucho más plenificada que la que pueden proporcionar las riquezas, por grandes y valiosas que sean. El creyente verdadero, tanto de ayer como de hoy, corrobora lo proclamado en su día por Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios (Jn 6,68s).