Reflexiones Bíblicas

San Marcos 9,30-37

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará." Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. 

Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: "¿De qué discutíais por el camino?" Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos." Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha en

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En este pasaje Marcos pone en relación el camino doloroso de Jesús con el servicio a los hermanos. La muerte de Jesús es el servicio por excelencia a la humanidad. Pues con su muerte y resurrección nos abre el camino que conduce a la plenitud de la vida. Pero los discípulos aún no están capacitados para comprender la propuesta de Jesús. Piensan según los parámetros humanos y según las expectativas mesiánicas de la época. No disimulan sus ambiciones de poder. Jesús les declara que quien quiera ser el mayor de todos no tiene otro camino que el del servicio y la entrega de la propia vida.

La ambición de poder está presente en toda realidad humana. Aún en las instituciones religiosas se camufla los deseos de dominio escalando puestos y dignidades aún a costa de los mismos hermanos. Por el poder muchos gobernantes oprimen y reprimen a sus gobernados y se inclinan antes los potentados del mundo. También la Iglesia como institución muchas veces ha guardado silencio ante los sistemas tiránicos y criminales para no perder privilegios y prebendas. Cierra los ojos y los oídos al clamor de las víctimas para congraciarse con los victimarios. Pero el Espíritu sigue suscitando profetas que llaman la atención, cuestionan e interpelan. Muchos de ellos son sancionados y excluidos de la comunión por su atrevimiento profético. Otros son amenazados, perseguidos, desterrados, encarcelados y asesinados por que se consideran peligrosos para el mantenimiento del orden establecido. 

¿Cómo vivimos la experiencia del servicio y la solidaridad con los hermanos débiles y pequeños de la comunidad? ¿Nuestra Iglesia particular se caracteriza por el servicio profético o por la búsqueda desmedida de poder?