Reflexiones Bíblicas

San Marcos 12,28-34

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?". Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios". Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. 

Comentario del Evangelio por : 

San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia 

Tratado del amor de Dios, cps. 8-10 

El primero y gran mandamiento es este: «Amarás al Señor tu Dios». Pero nuestra naturaleza es frágil; en nosotros el primer grado del amor es amarnos a nosotros mismos antes que a toda otra cosa, por nosotros mismos... Para impedir que nos deslicemos demasiado fácilmente por esta pendiente, Dios nos ha dado el precepto de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos... Ahora bien, constatamos constantemente que esto no nos es posible sin Dios, sin reconocer que todo nos viene de él y que sin él no podemos absolutamente nada. En este segundo grado, pues, el hombre se gira hacia Dios, pero no le ama más que para sí mismo y no por él...

Sin embargo, sería necesario tener un corazón de mármol o de bronce para no conmovernos con los auxilios que Dios nos da cuando, en las pruebas, nos volvemos hacia él. Durante las pruebas no es posible que no saboreemos cuán dulce él es (Salmo 33,9). Y pronto comenzamos a amarle a causa de la dulzura que encontramos en él, más que a causa de nuestro propio interés... Cuando nos encontramos en esta situación, no es difícil amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos... amamos a los demás en la medida en que somos amados, como Jesucristo nos ha amado. He aquí el amor de aquél que dice con el salmista: «Cantad las alabanzas del Señor, porque es bueno» (salmo 117,1). Alabar al Señor no sólo porque es bueno con nosotros, sino simplemente porque él es bueno, amar a Dios por Dios y no por nosotros mismos, es el tercer grado del amor.

Dichosos los que han podido subir hasta el cuarto grado del amor: no amarse más a sí mismo sino es por el amor de Dios... ¿Cuándo es que mi alma, se lanzará hacia Dios para perderse en él y no ser ya más que un solo espíritu con él? (1Co 6,17) ¿Cuándo podrá gritar: «Mi corazón y mi carne se consumen de deseo, Dios de mi corazón, Dios mi porción por siempre» (salmo 72,26)? Santos y dichosos aquellos que han podido comprobar algo semejante durante esta vida mortal, aunque sea sólo raramente, aunque sea sólo una vez. Esto no es una felicidad humana, esto pertenece ya al cielo.