Reflexiones Bíblicas

San Marcos 1,40-45

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: "Si quieres, puedes limpiarme." Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Quiero: queda limpio." La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: "No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés." Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

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La terrible enfermedad de la lepra era considerada por la mentalidad sociorreligiosa de la época de Jesús como castigo de Dios por los pecados del enfermo o de algunos de sus antepasados. Un leproso se presenta a Jesús y le suplica que lo limpie de su horrible mal. Jesús "extiende la mano" (como lo hiciera Dios para liberar a su pueblo del Faraón) (Ex 14,15) y limpia al leproso. Jesús le conmina luego a guardar silencio, pero le recuerda presentar la ofrenda debida por la curación, según la Ley. La fama de Jesús va en aumento, pero él sabe que lo suyo es hacer por sobre todo la voluntad del Padre

Los leprosos eran excluidos de la comunidad por impuros. En la actualidad hay muchas personas excluidas de nuestras comunidades civiles o religiosas. Pensemos en los enfermos de sida, que son apartados como leprosos y en muchos casos no tienen acceso a sus medicinas; en los negros e indígenas, que en tantos lugares son discriminados y férreamente violentados en sus derechos; en los migrantes rechazados hasta provocarles la muerte; en los enfermos siquiátricos, recluidos muchas veces en forma cruel y degradante, o abandonados con vergüenza por sus familias; en los discapacitados, que no son tenidos en cuenta y carecen de posibilidades de trabajo y autosubsistencia... También en nuestras comunidades de fe suele haber más de algunos "impuros", excluidos y rechazados. ¿No suele ocurrir, entre otros, con los divorciados?

La voluntad del Padre es que todos habitemos la misma casa de la justicia y nos sentemos a la misma mesa de la fraternidad. Trabajar por ello es parte esencial de nuestro compromiso cristiano.