Reflexiones Bíblicas
San Marcos 7,31-37

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J



En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: "Effetá", esto es: "Ábrete". Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos."

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Jesús continúa su camino. Pasa de Tiro a la Decápolis, región habitada por mayoría de paganos. Allí le presentan al hombre que no puede escuchar ni expresar palabra. Piden a Jesús que le imponga las manos, su forma ya típica de sanación. Pero Él realiza esta vez un gesto mucho más elocuente de unión solidaria estrecha con el sufriente: le traspasa algo de su propio cuerpo, tocándole los oídos y untándole la lengua con su propia saliva; luego eleva los ojos al cielo, en una indudable actitud de comunicación con el Padre, lanza un suspiro que expresa su compasión por la situación del enfermo, y con una orden que deja en claro su poder le devuelve la palabra y el oído. Pero Jesús no quiere que su fama gire en torno a los milagros, sino a la predicación del Evangelio; por eso pide silencio. Sin embargo la alegría y admiración de la gente es tal, que todos lo proclaman. Y recuerdan el pasaje de Isaías 35,5 ss.: "se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán; saltará el cojo como un ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo…" La curación del sordomudo simboliza la posibilidad que tienen los paganos de escuchar y proclamar la palabra de Dios. Aunque nuestros oídos y nuestra lengua funcionen perfectamente, muchas veces estamos sordos y mudos ante las situaciones injustas que nos rodean. Urge que Jesús nos toque los oídos, nos trasmita su propia elocuencia, y con ella nos haga hablar proclamando con fuerza y sin temor el evangelio de la justicia y la paz.