Reflexiones Bíblicas
San
Marcos 10,17-27

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J



En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" Jesús le contestó: "¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre." Él replicó: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño." Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dales el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, luego sígueme." A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.

Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!" Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: "Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios." Ellos se espantaron y comentaban: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?" Jesús se les quedó mirando y les dijo: "Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo."

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Un hombre angustiado (arrodillándose ante Él) busca solución para un problema crucial: cómo evitar que la muerte sea el fin de todo, qué hacer para tener vida después de la muerte. Reconoce en Jesús un saber supe­rior (Maestro insigne) y cree que puede resolver su problema y calmar su angustia. Jesús le responde que no es necesario consultarle a Él, pues, en esta cuestión, los judíos han tenido el mejor de los maestros, Dios.

De los diez mandamientos, Jesús omite los tres primeros, que se refieren a Dios; le recuerda solamente los éticos, los que se refieren al prójimo, que son independientes de todo contexto religioso. Mc añade no defraudes, no privar a otro de lo que se le debe. Son mandamientos negativos, que prohiben cometer ciertas injusticias con el prójimo. En último lugar, invirtiendo el orden, menciona el cuarto mandamiento (sustenta a tu padre y a tu madre), insinuando con ello que la obligación para con la familia no puede servir de pretexto para eximirse de la obligación para con la humanidad en general. La condición mínima para superar la muerte es, pues, no ser personalmente injusto con los demás.

El hombre declara que siempre ha sido fiel a esos mandamientos. Esto hace ver que Mc describe aquí una figura ideal, el perfecto judío, para crear el contraste con las exigencias del mensaje de Jesús.

Jesús le demostró su amor invitándolo a seguirlo incorporándose al grupo de discípulos, y le expone la condición que tiene que cumplir. Una cosa te falta: el hombre está preocupado por el más allá, pero eso no basta para su desarrollo como persona; éste se obtiene siguiendo la línea de Jesús, haciéndose último y servidor de todos (9,35), y para ello tiene que abandonar sus muchas posesiones. Así contribuirá a crear en este mundo una sociedad nueva (el reino de Dios) donde reine la justicia y el ser humano encuentre su plenitud.

De hecho, aunque personalmente no es injusto, este hombre está implicado, por su riqueza, en la injusticia de la sociedad. La ética propuesta en los mandamientos de Moisés no elimina la desigualdad ni lleva a una sociedad verdaderamente justa.

Es condición, por tanto, para todo seguidor tomar la decisión de eliminar, en cuanto esté de su parte, la injusticia. Para ello ha de renunciar a la acumulación de bienes (todo lo que tienes), que crea la pobreza de otros, la desigualdad y la dependencia humillante; darlo a los pobres repara a nivel personal esa injusticia.

Por otra parte, la acumulación de bienes proporciona una seguridad en el plano material, pero, al ser injusta, impide el desarrollo humano; la verdadera riqueza y la seguridad definitiva se encuentran sólo en Dios (Dios será tu tesoro, alusión a 10,14: «Dios reina sobre ellos»), que actúa a través de la solidaridad y el amor mutuo de la comunidad de Jesús, y garantiza el desarrollo personal.

El hombre, por su apego a la riqueza, no asiente a la invitación de Jesús. Su amor a los demás es relativo, no llega al nivel necesario para un cristiano. No está dispuesto a trabajar por un cambio social, por una sociedad justa; la antigua le basta. Prefiere el dinero al bien del hombre.

El grupo de discípulos no ha entendido el mensaje: la ambición de preeminencia (9,34) hace que no aspiren a una sociedad nueva que favorezca el desarrollo humano; su espíritu reformista piensa en las categorías de la antigua: no importa la desigualdad.

Jesús resume lo sucedido con el rico y resalta el obstáculo que constituye la riqueza para formar parte del Reino, es decir, de la sociedad nueva. Aquí aparece la diferencia entre la «vida definitiva» a que aspiraba el rico y que puede alcanzar si evita la injusticia, y «el reino de Dios», en el cual no entra y que no puede referirse en concreto más que a la comunidad de Jesús.

Las palabras de Jesús siembran el desconcierto entre los discípulos: ellos piensan que en el reino de Dios (la nueva sociedad) continúan existiendo la riqueza individual y la dependencia que ésta crea (cf. 6,36s).

Jesús no se retracta, sino que insiste en la misma idea (para los que confían en la riqueza, frase muy bien atestiguada y requerida por el v. 25); añade un matiz: el rico no sólo tiene riquezas, sino que confía en ellas, cree que son el único medio de asegurar la propia existencia. Con una frase hiperbólica (mas difícil es que un camello pase...) acentúa la práctica imposibilidad de que un rico renuncie a la seguridad que le da su riqueza para contribuir a la creación de una sociedad nueva (el reino de Dios).

Los discípulos no se explican la exigencia de Jesús; se preguntan si es posible la subsistencia del grupo sin el apoyo de la riqueza material de algunos de sus miembros (subsistir, gr. sôthênai, escapar de un peligro, aquí el de la indigencia; vse. en 8,35 los dos sentidos de «salvar su vida»).

Jesús les da la solución: ellos miran la cuestión desde el punto de vista puramente humano y la juzgan según la experiencia de su sociedad: en ese planteamiento no hay más solución que la riqueza para el problema de la subsistencia. Pero ésta es también posible de otro modo alternativo: con la solidaridad que produce el reinado de Dios.