Reflexiones Bíblicas
San Marcos 10,32-45

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J



En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados. Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: "Mirad, estamos subieno a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de Él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará."

Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: "Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir." Les preguntó: "¿Qué queréis que haga por vosotros?" Contestaron: "Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda." Jesús replicó: "No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?" Contestaron: "Lo somos." Jesús les dijo: "El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está reservado."

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida en rescate por todos."

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Continúa el camino de Jesús, ahora en su recta final, hacia Jerusalén.

Jesús va en cabeza. Suben con Él los dos grupos de seguidores, los Doce (= los discípulos como nuevo Israel) y «los seguidores» no israelitas: la disposición de ánimo de cada grupo es diferente; los Doce están desconcertados; los seguidores van con miedo.

Así como la primera y segunda predicción eran enseñanzas (8,31; 9,31), en correspondencia con la designación «los discípulos», esta tercera es información y se dirige a «los Doce». Solamente en ésta se nombra a Jerusalén y se afirma que las autoridades de Israel condenarán a muerte a Jesús y lo entregarán a los paganos. Se subrayan también los ultrajes que precederán a la muerte (se burlaran de Él, etc.). La mención de Jerusalén, centro del sistema judío, y del papel que van a desempeñar las autoridades religioso-políticas mira directamente al nuevo Israel («los Doce»). Este no puede ya estar centrado en la ciudad/institución que entrega a la muerte al Hijo del hombre-Mesías, ni tampoco vinculado a la institución sacerdotal/templo (sumos sacerdotes) o a la Ley (letrados): tiene que desligarse de ese pasado, que ha desembocado en la traición a Dios.

No hay reacción explícita de los Doce al anuncio de Jesús, pero, por la escena que sigue, queda patente que les ha resbalado. De hecho, como después del segundo anuncio de la muerte (9,31), se manifiesta también ahora la ambición del grupo (cf. 9,34). Santiago y Juan, «los Truenos» (= los autoritarios, 3,17), sin darse por enterados del anuncio anterior, esperan que Jesús ocupará el trono de Israel (el día de tu gloria) y, adelantándose al resto del grupo, solicitan para ellos los primeros puestos en el reino que imaginan.

Jesús les reprocha su ignorancia, que nace de la resistencia a aceptar sus palabras (no sabéis los que pedís), y les propone otro programa: aceptar una muerte como la suya (cf. 8,34), expresada con dos figuras; pasar el trago (lit. «beber la copa»), que subraya el aspecto de voluntariedad (activo: «entregarse», cf. 4,29), y ser sumergido por las aguas (lit. «ser bautizado/sumergido»), que pone de relieve el de inevitabilidad (pasivo: «ser entregado», cf, 10,34).

Será la cruz el lugar donde se proclame la realeza de Jesús (15,26: «el rey de los judíos»), y los puestos a su derecha y a su izquierda corresponden a los de los crucificados con Él (15,28). Jesús declara no poder asignar esos puestos más que a aquellos para quienes estén preparados, es decir, a aquellos que, al llegar el momento de la prueba (8,34: «cargar con su cruz»), respondan con una entrega como la suya. Ocupar esos puestos depende no de Jesús, sino de los discípulos.

El deseo de poder y gloria de los dos hermanos hace estallar la indignación de los otros y causa división en el grupo (cf. 9,50); los diez, por oposición a «los dos» (35), recuerdan el cisma de las tribus (1 Re 12); la ambición de algunos rompe la unidad del nuevo Israel.

Jesús toma como contraste para la conducta en la comunidad a los poderes paganos absolutos (los jefes de las naciones las dominan); implícitamente está poniendo en paralelo con éstos el ideal mesiánico de los discípulos. Los regímenes paganos institucionalizan la absoluta desigualdad entre los hombres, estableciendo una clase dominante (sus grandes). Conforme a las expectativas judías, los discípulos conciben un Mesías autoritario y exigente, tan pernicioso para el hombre como las regímenes paganos que tanto desprecian. La esencia del poder dominador es la misma en todos los casos.

Jesús pone de relieve el contraste de la nueva comunidad humana (el reino de Dios) con esa organización social. Excluye terminantemente todo dominio de unos sobre otros: la grandeza no consiste en pertenecer a una clase dominante, sino que se basa en el servicio; la ambición (el que quiera ser grande) no tiene más ámbito que ése (ha de ser servidor vuestro, cf. 9,35); tal debe ser la actitud de todos y cada uno dentro de la comunidad, actitud que, por ser de todos para con todos, crea la igualdad.

La denominación siervo/esclavo de todos (primera vez en Mc) alude a la situación de la humanidad pagana, donde la sociedad legitimaba la esclavitud (cf. 5,2-20; 7,24-31), y designa a los seguidores de Jesús en cuanto se ponen voluntariamente junto a los que sufren la opresión de los gobernantes (42: «las dominan, les hacen sentir su autoridad»); la denominación implica, pues, la misión entre los paganos y la solidaridad con los oprimidos de todos los pueblos.

Jesús caracteriza, por tanto, a sus seguidores como los que, dentro de la comunidad, son «servidores» (gr. diakonos, el que sirve por amor) y, respecto a la humanidad, «siervos», término explícitamente opuesto a toda concepción pagana de dominio y poder.

Jesús da la razón de lo anterior (porque). La denominación «el Hijo del hombre» presenta a Jesús como modelo de la plenitud humana a la que sus seguidores deben aspirar. En su comunidad, Jesús, el Hombre pleno, no va a ser, como los dominadores de la tierra y los grandes del mundo, un dueño que reclama superioridad y exige servicio; al contrario, va a prestar servicio a los suyos. Y el servicio del Hijo del hombre, el Hombre pleno, se refiere siempre al crecimiento, a la madurez y plenitud humana de todos.