Reflexiones Bíblicas
San Marcos 11,11-26

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J



Después que la muchedumbre lo hubo aclamado, entró Jesús en Jerusalén, derecho hasta el templo, lo estuvo observando todo y, como era ya tarde, se marchó a Betania con los Doce. Al día siguiente, cuando salió de Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo: "Nunca jamás como nadie de ti." Los discípulos lo oyeron.

Llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie transportar objetos por el templo. Y los instruía, diciendo: "¿No está escrito: "Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblo"? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos." Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de su doctrina, buscaban una manera de acabar con Él. Cuando atardeció, salieron de la ciudad.

A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: "Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado." Jesús contestó: "Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice a este monte: "Quítate de ahí y tírate al mar", no con dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas."

COMENTARIOS

11 Entró en Jerusalén, esto es, en el templo, lo miró todo en torno y, como ya era tarde, salió para Betania con los doce.

Jerusalén, que incluía y dominaba "la aldea", incluye y domina también el templo: no solo el pueblo está manipulado por los dirigentes, también Dios lo está. En contra de la expectativa de los que lo aclamaban como Mesías davídico, esperando de Él un acto inmediato de fuerza contra los dirigentes del templo y una proclama mesiánica, Jesús no pasa a la acción, solamente inspecciona el templo; éste va a ser escenario de su actividad en los días sucesivos, pero quiere que esa actividad quede desvinculada del entusiasmo popular y la esperanza de restauración que han rodeado su llegada.

13 Al día siguiente, cuando salieron de Betania, sintió hambre. Viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella, pero al acercarse no encontró nada más que hojas, porque el tiempo no había sido de higos.

La higuera es figura del templo; su apariencia es frondosa (una higuera con hojas). El templo/institución va a desaparecer y Jesús quiere salvar lo salvable (a ver si encontraba algo en ella), pero la apariencia es engañosa y oculta la esterilidad. Es un esplendor sin fruto. Jesús habría deseado encontrar algo (hambre), pero no hay nada.

La estación I el tiempo no había sido de higos (impf. por plpf., como en 11,32), es decir, no ha dado fruto mientras ha podido darlo; el tiempo de la antigua alianza ha sido estéril. Ahora ya no habrá más ocasión (1,15: «Se ha cumplido el plazo/tiempo»). La fase preparatoria a la llegada del Mesías ha terminado sin haber producido nada útil. Hay una alusión a Jr 8,5-13, donde el profeta, después de constatar la corrupción de Jerusalén, que, a pesar de todo, se gloría de la Ley, termina descorazonado: «Si intento cosecharlos, oráculo del Señor, no hay racimos en la vid ni higos en la higuera».

14 Reaccionó diciéndole: «Nunca jamás coma ya nadie fruto tuyo». Los discípulos lo estaban oyendo.

Jesús confirma para siempre la esterilidad de la institución: ha termi nado su papel histórico.

15 Llegaron a Jerusalén, entró en el templo y empezó a echar a los que vendían y compraban allí; volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían palomas...

El templo se ha convertido en instrumento de explotación económica del pueblo: lo que allí resalta es el comercio. Me no especifica lo que se compraba y vendía, y Jesús no expulsa sólo a los vendedores, sino tam bién a los compradores: es el comercio mismo el que profana el templo; hay una alusión a Zac 14,21: «Ya no habrá mercaderes en el templo del Señor... aquel día». Cambiar la moneda pagana por las acuñadas por el templo era obligatorio para pagar el tributo religioso y las ofrendas y hacer los donativos al tesoro; Me menciona en particular el comercio de palomas, animales que tenían que comprar los pobres para los sacrificios expiatorios (Lv 5,7; 14,22.30s); el templo explota también a los pobres. El culto mismo es una injusticia.

16 ... y no consentía que nadie transportase objetos atravesando por el templo.

A pesar del carácter sagrado que se le atribuía, el templo se usaba como lugar de tránsito de una calle a otra, para transportar cualquier cosa, sin respeto alguno por el pretendido recinto sacro. En los dirigentes, corrupción; en el pueblo, irreverencia. El templo está profanado, convertido en vía pública.

17 Luego se puso a enseñar diciendo: «¿No esta escrito: «Mi casa ha de llamarse casa de oración para todos los pueblos? En cambio, vosotros la tenéis convertida en una cueva de bandidos.

La acción de Jesús no era un conato de reforma del templo ni pretendía desbancar a las autoridades religiosas; de hecho va seguida de una enseñanza que explica su comportamiento. Menciona en primer lugar el designio de Dios sobre el templo: ser casa de oración para todos los pueblos (Is 56,7); pero Israel, por culpa de sus dirigentes, ha traicionado su misión universal; este pueblo debía haber constituido una sociedad justa que hubiese atraído a los paganos al conocimiento del verdadero Dios, pero, como lo demuestra el templo mismo, es una sociedad explotadora.

La cueva de bandidos es el lugar donde almacenan el botín de las depredaciones (alusión al tesoro); la expresión está tomada de Jr 7/11, parte de una invectiva en la que el profeta denuncia el culto hipócrita (7,8-10) y anuncia la futura destrucción del templo (7,12.14).

18 Se enteraron los sumos sacerdotes y los letrados y buscaban una mane¬ra de acabar con Él; de hecho, le tenían miedo, porque toda la multitud estaba impresionada de su enseñanza.

La acción de Jesús llega a oídos de los dirigentes, representados aquí por dos grupos del Sanedrín: los sumos sacerdotes (aristocracia sacerdotal) y los letrados (doctores de la Ley). Lo primero que se les ocurre es buscar el modo de eliminar a Jesús. No pretenden dialogar con Él. Su intención, sin embargo, no puede llevarse a efecto; tienen miedo de la multitud, impresionada por la enseñanza de Jesús, que le ha hecho ver la explotación de que es objeto. Como los dirigentes piensan en categorías de poder, temen que Jesús, que los ha denunciado abiertamente, arrastre a la multitud contra ellos.

19 Cuando llegó el anochecer, salieron fuera de la ciudad.

Jesús pasa el día en el templo (cuando anocheció), sin miedo a los dirigentes, cuya reacción podía preverse, pero no pernocta en la ciudad. Sale de ella con los discípulos, que han sido testigos mudos de la escena.

20 Al pasar por la mañana vieron la higuera seca de raíz.

De nuevo camino del templo, los discípulos acompañan a Jesús. Encuentran la higuera completamente muerta (seca de raíz), sin esperanza de reverdecer. La maldición ha causado su muerte, que anuncia la destrucción del templo, centro de la institución judía (13,2); lo que no cumple su finalidad no tiene razón de existir.

21 Pedro se acordó y le dijo a Jesús: «Rabbí, mira, la higuera que maldijiste se ha secado».

Pedro recuerda a Jesús lo sucedido el día anterior y pone en conexión la muerte de la higuera con sus palabras. Deja ver su actitud llamando a Jesús por segunda vez Rabbf (cí. 9,5; Judas en 14,45), es decir, maestro que se atiene a la tradición del judaísmo; muestra así Pedro que ha vuelto a su antigua postura; por eso hace notar a Jesús el poder de su palabra, insinuando que podría aniquilar a sus enemigos sin necesidad de afrontar la muerte (cf. 2 Re 2,24; 9,25s.34-37); quiere ver en Jesús un Mesías de poder: nueva tentación (cf. 8,32s). Pero la ruina de la higuera/institución no se deberá a la sola palabra de Jesús, sino a su denuncia y ruptura, que le acarrearán la muerte (ll,17s).

22-23 Jesús les repuso: «Tened fe en Dios. Os aseguro que quien diga a ese monte: «Quítate de ahí y tírate al mar», y no vacile en su interior, sino tenga fe en que lo que dice va a suceder, lo obtendrá».

Jesús reacciona y habla a todos, señal de que Pedro ha interpretado el sentir del grupo. Los exhorta a adoptar su misma actitud, con una confianza plena (Tened fe en Dios), que elimina el miedo (cf. 4,40). Pedro no ha asociado con el templo el hecho de la higuera; no comprende que éste significa el fin de todas sus esperanzas de un Mesías triunfante. Por eso les dice Jesús que también ellos deben romper radicalmente con la institución (el monte del templo, símbolo de un sistema presuntamente legitimado por la presencia divina), y desear su desaparición (quítate de ahí y tírate al mar, cf. 5,13); su ruptura tendrá eficacia si el miedo no los hace vacilar, pues, como en el caso de Jesús, la institución se propondrá suprimir a los que rompen con ella. La fe abre cauce a la fuerza de Dios, que se manifestará a través del que cree (y lo obtendrá), derribando todo aquello que impide la realización del hombre. El plazo del cumplimiento no se señala, pero no por eso es menor la certeza.

24 «Por eso os digo: todo cuanto pidáis en vuestra oración, tened fe en que lo habéis recibido y lo obtendréis».

La oración expresa un deseo en la línea del plan de Dios. Fe-confianza y oración son inseparables. La orden al monte suponía la certeza de que Dios está con el discípulo; la oración ha de basarse en la misma certeza, creyendo que es infalible. La fuerza de Dios está a disposición del discípulo para que afronte las consecuencias de su ruptura.

El objeto de la petición (todo cuanto pidáis) no es arbitrario, se refiere a todo lo que va en la línea de la instauración del Reino.

25 «Y cuando estéis orando, perdonad lo que tengáis contra quien sea, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras faltas».

Hay una condición para que la oración sea eficaz, no sentir hostilidad contra los hombres: la ruptura no se hace por odio a los opresores, sino por amor a los oprimidos, para evitar que continúe la opresión. El que dentro de sí alberga el odio se cierra al amor de Dios y no puede recibir su perdón. Jesús excluye todo espíritu de violencia. El nombre de «Padre» significa que Dios es amor y vida; esto funda la fe-confianza del discípulo; pero no se está en sintonía con el Padre sin una actitud de amor hacia los demás.
.