Reflexiones Bíblicas
San Marcos 12, 13-17

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J



En aquel tiempo, enviaron a Jesús unos fariseos y partidarios de Herodes, para cazarlo con una pregunta. Se acercaron y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en lo que la gente sea, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?" Jesús, viendo su hipocresía, les replicó: "¿Por qué intentáis cogerme? Traedme un denario, que lo vea." Se lo trajeron. Y él les preguntó: "¿De quién es esta cara y esta inscripción?" Le contestaron: "Del César." Les replicó: "Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios, a Dios." Se quedaron admirados.

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V. 13 Entonces le enviaron unos fariseos y herodianos para cazarlo con una pregunta.

Los dirigentes se sirven de un grupo compuesto por fariseos (obser­vantes de la Ley) y partidarios de Herodes (3,6; 8,15; cf. 6,21). Llevan el encargo de proponer a Jesús una pregunta que, responda lo que respon­da, lo pondrá en una situación difícil. Los fariseos son antirromanos; los herodianos, en cambio, que aceptan un tetrarca/rey aliado de Roma, son colaboracionistas. Aunque hace tiempo que ambos grupos habían deci­dido acabar con Jesús (3,6), ahora simulan un desacuerdo.

v. 14 Llegaron y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque tú no miras lo que la gente sea. No, tú enseñas el cami­no de Dios de verdad. ¿Es ti permitido pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?»

Para preparar el terreno, empiezan adulando a Jesús. No sólo lo lla­man respetuosamente «Maestro», sino que alaban su independencia y su sinceridad, que expone fielmente el camino de Dios sin dejarse intimidar por la posición social de las personas (tú no miras lo que la gente sea). Pre­tenden que un maestro tan insigne y tan valiente les dé una respuesta inequívoca que dirima el desacuerdo entre ambos grupos.

Le proponen entonces la pregunta comprometedora, presentada como un deseo de fidelidad a la Ley divina. Enuncian primero la cues­tión de principio, si es conforme a la Ley el pago del tributo (¿Es ti permi­tido?); lo presentan luego como un problema de conciencia que les afecta personalmente (¿pagamos o no pagamos?) y sobre cuya solución no están de acuerdo.

La cuestión gira, por tanto, en torno a la fidelidad a Dios, formulada así en el primer mandamiento: «El Señor nuestro Dios es el único Señor» (Dt 6,4); pagar el tributo significaba, en cambio, reconocer como Señor al César. La pregunta que hacen implica la siguiente: Los israelitas ¿no somos infieles a Dios si reconocemos por señor al César pagándole el tri­buto?

Pagar el tributo implicaba al mismo tiempo la renuncia a la propia independencia y libertad nacional. Precisamente, cuando Roma nom­bró el primer gobernador en Judea e impuso el tributo, se originó, en nombre de la fidelidad a Dios, la rebelión armada de Judas Galileo (año 6 d.C.).

Si Jesús diera una respuesta afirmativa (acatamiento al César, posi­ción de los herodianos) se acarrearía el descrédito ante el pueblo, contra­rio al régimen romano; si la respuesta fuera negativa (declaración de rebeldía, ideología farisea y zelota) sería detenido por la autoridad romana. De un modo o de otro, estaría acabado.

v. 15 Jesús, consciente de su hipocresia, les repuso: «¡Cómo!, ¿queréis ten­tarme? Traedme una moneda que yo la vea».

Jesús sabe que el escrúpulo que fingen es una hipocresía: aparentan una fidelidad a Dios que no corresponde a la realidad de su vida, pues los dirigentes que envían a estos emisarios son explotadores del pueblo (11,17), que no han hecho caso del mensaje de Juan Bautista (11,30-33).

Los acusa de querer tentarlo (1,13); de hecho le están insinuando que, si quiere conservar su prestigio ante el pueblo (11,18; 12,12), tiene que dar respuesta negativa, dispuesto a acaudillar un movimiento antirro­mano (cf. 1,24.34; 11,9s).

Les pide una moneda. Como la moneda del tributo era la acuñada por el emperador pagano, no la llevan consigo, tienen que ir a buscarla a un cambista.

v. 16 Se la llevaron, y él les preguntó: «¿De quién son esta efigie y esta leyenda?» Le contestaron: «Del César».

Jesús la examina y les pregunta; ellos tienen que admitir que tanto la efigie como la leyenda indican que la moneda pertenece al César: el dominio político está basado en la dependencia económica; aceptar el dinero del César significa reconocer su soberanía.

v. 17 Jesús les dijo: «Lo que es del César, devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios». Y se quedaron de una pieza.

Respuesta de Jesús: ellos han hablado de «pagar» (14), como si ese dinero fuese suyo; Jesús los corrige y habla de devolver, indicándoles que el dinero no es suyo, sino del César (lo que es del César, devolvédselo al César). Ahora ellos, bajo pretexto de fidelidad a Dios, dicen querer recha­zar el dominio del César, pero quedándose con su dinero. Pero, mientras usen ese dinero, símbolo e instrumento del poder del César, estarán mostrando su sumisión a Roma; sólo renunciando a él dejarán de reco­nocer al César como señor.

En cuanto a la fidelidad a Dios que decían preocuparles, si quieren serle fieles de verdad tienen que devolverle el pueblo del que se han apoderado (y lo que es de Dios, ¡devolvédselo a Dios! y renunciar a explo­tarlo en beneficio propio (11,17).

El objetivo de los dirigentes es su propio lucro: pretenden rebelarse contra el dominio del César despojándolo de su dinero, como se han rebelado contra Dios despojándolo de su pueblo (12,2ss). Se aprovechan del César, protestando de su dominio, y roban a Dios, alardeando de fidelidad a él.

Sorpresa ante la respuesta. Jesús ha renovado la denuncia de infideli­dad a Dios que había hecho con la parábola, y es ilusorio todo intento de emanciparse del César si no hacen caso a Dios. Al fin y al cabo, lo que hacen los romanos con la nación judía no es diferente de lo que hacen ellos, los dirigentes judíos, con el pueblo. Pero por su amor al dinero siguen siendo infieles a Dios y siguen sometidos al César.