Reflexiones Bíblicas
San Marcos 1, 40-45

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: "Si quieres, puedes limpiarme". Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: "Quiero: queda limpio". La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. El lo despidió, encargándoles severamente: "No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

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El leproso es el caso extremo y el prototipo de la marginación religiosa y social impuesta por la Ley (Lv 13,45s). Por su condición de impuro, y según lo que se enseña en la sinagoga, este hombre cree estar excluido del acceso al reino de Dios.

La figura del leproso pone en evidencia el daño social que hacían las prescripciones discriminatorias de la ley de lo puro y lo impuro y es exponente de la dureza y falta de amor en que formaba el sistema judío a sus adictos, marginando sin piedad a quienes necesitarían ayuda. La experiencia de Jesús al terminar su labor en Galilea es que una parte de Israel, de la que el leproso representa el caso extremo, está marginada por motivos religiosos, y se le niega la posibilidad de salvación.

El leproso estaba obligado a mantenerse a distancia de los sanos; al acercarse a Jesús, está violando la Ley, pero su angustia lo hace arriesgarse; de rodillas, temiendo un castigo por su atrevimiento; si quieres, puedes, se dice de Dios en Sab 12,18. El leproso ve en Jesús un poder divino.

La reacción de Jesús no es la que teme el leproso: al ver la miserable situación de aquel hombre, Jesús se conmueve; este verbo se usaba en el judaísmo solamente de Dios; en el NT, sólo de Jesús: el amor entrañable de Dios por los hombres se manifiesta en Jesús. El no reconoce marginación alguna; la establecida por la Ley no corresponde a lo que Dios es y quiere: el reinado de Dios no excluye a nadie de la salvación. Violando la Ley (Lv 5,3; Nm 5,2), Jesús toca al leproso y éste queda limpio de la lepra.

El leproso esperaba que Jesús restableciese su relación con Dios, que por sí solo -pensaba él- no podía alcanzar. Creía que al estar marginado por la institución religiosa también Dios lo rechazaba. De ahí su insistencia en ser purificado (limpiado). Su idea de Dios es la de los maestros oficiales: la de un Dios que no ama ni acepta a todos los hombres, sino solamente a los que cumplen ciertas condiciones de pureza física o ritual.

Por eso no le basta estar curado; tiene que convencerse de que ninguna marginación procede de Dios; la Ley que la prescribe es cosa humana. Debe independizarse de la institución religiosa, convenciéndose de que su modo de actuar no expresa lo que Dios es; si no lo hace, estará siempre a su arbitrio y podrá ser marginado de nuevo.

Por haberse creído marginado por Dios, Jesús le regaña; para hacerlo cambiar de mentalidad (sacarlo fuera) le hace ver las severas y costosas condiciones que le impone la institución para admitirlo. Tiene que comparar al Dios amoroso que se manifiesta en Jesús con el Dios duro y exigente que propone la institución. Los ritos impuestos por Moisés (no por Dios; cf. Lv 14,1-32) demuestran la dureza de aquel pueblo (como prueba contra ellos, cf. Dt 31,26).

Cuando el marginado se convence (al salir), su alegría es grande y difunde la noticia. Jesús ha tomado postura pública contra la marginación religiosa y contra la Ley que la prescribe. En consecuencia, queda marginado; no puede entrar abiertamente en los lugares donde hay sinagoga (ciudades/pueblos), pero aumenta el número de marginados que acuden a él. Se abre así el Reino a todos los excluidos como impuros por la Ley y la institución judía.