Reflexiones Bíblicas
San Marcos 2, 1-12

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaúm, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos, que no quedaba sitio ni a la puerta. El les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.

Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados quedan perdonados". Unos letrados que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: "¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?"

Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: "¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico: "Tus pecados quedan perdonados", o decirle: "Levántate, coge la camilla y echa a andar?" Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados..., entonces le dijo al paralítico: "Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa"". Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos.

Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: "Nunca hemos visto una cosa igual".

COMENTARIOS

Jesús vuelve sin publicidad a Cafarnaún.

El mensaje que propone Jesús se escenifica en la curación del paralítico, figura de la humanidad «pecadora» (5), es decir, según el modo de hablar judío, pagana (cf. Gál 2,15); ésta acude a «la casa de Israel» buscando su salvación en Jesús. El paralítico y sus portadores representan dos aspectos de esa humanidad: los cuatro portadores (alusión a los cuatro puntos cardinales, indicador de universalidad) representan su anhelo de salvación; el paralítico, incapaz de valerse por sí mismo, su situación prácticamente de muerte. La comunidad judía impide el acceso a Jesús, no deja paso. Pero el anhelo de salvación de los paganos es tan grande que los portadores no se arredran, rompen el cerco judío.

Jesús ve la fe de los portadores (revelada en sus acciones), pero habla sólo al paralítico (prueba de la identidad de unos y otro). El apelativo «hijo» se usaba, en sentido teológico, respecto al pueblo judío (Ex 4,22; Is 1,2; Jr 3,19; Os 11,1); Jesús lo aplica al que representa a la humanidad pagana. La fe o adhesión a Jesús y a su mensaje cancela el pasado pecador del hombre (cf. 1,4).

Los letrados allí sentados (instalados), que nunca hablan en voz alta, son figura de la doctrina teológica oficial, que domina aún la mente de los presentes: éstos, dóciles a lo que les han enseñado, no admiten que un hombre pueda hablar así y piensan que Jesús blasfema, queriendo usurpar el puesto de Dios.

Por primera vez usa Jesús la denominación el Hijo del hombre, inspirada en Dn 7,13, que designa en el evangelio al que posee la plenitud del Espíritu (1,10). El reinado de Dios consiste en la creación del hombre nuevo en su doble aspecto: liberándolo del pasado que lo paraliza y comunicándole vida (Espíritu, cf. 1,8) y autonomía para que pueda disponer de sí mismo y desarrollar libremente su actividad (12). Jesús, el Hombre-Dios, ejerce en la tierra (universalidad) las funciones de Dios mismo. Todos lo que participen de su Espíritu (1,8) tienen la misma misión.

El contacto del Reino con los paganos, no será, pues, para dominarlos, como lo expresaba el texto de Dn 7,13-14 y lo concebía el mesianismo davídico, sino para darles vida. Y la humanidad no judía que da su adhesión a Jesús no tiene que abandonar su propia cultura para incorporarse a Israel (oposición entre en casa, v. 1, y márchate a tu casa, v. 11).

La gente no sólo queda admirada, sino que, al percibir la nueva vida que Jesús comunica, acepta este mensaje y se dirige adonde está Jesús para seguir escuchando su enseñanza.