Reflexiones Bíblicas

San Marcos 12,28b-34

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: "¿Qué mandamiento es el primero de todos?" Respondió Jesús: "El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos." 

El escriba replicó: "Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios." Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: "No estás lejos del reino de Dios." Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. 



COMENTARIOS

Estamos acostumbrados a pensar en los fariseos y escribas como los malos del paseo; incluso en nuestro lenguaje la palabra ‘fariseo’ se ha convertido en un insulto bastante regular, pero muy impreciso. El evangelio no estigmatiza a ninguno de estos grupos, sino que muestra la confrontación, siempre productiva, con Jesús y con el grupo de discípulos. Ser fariseo en la época de Jesús era todo un honor y de ese partido políticoreligioso provenía un número significativo de discípulos suyos (Mateo, Pablo y otros). Ser escriba o maestro de la ley era una profesión con altísimo reconocimiento social (Mt 13, 52). Eran ellos quienes más cultivaban el estudio de las Sagradas Escrituras y quienes orientaban al pueblo en muchos asuntos prácticos de la vida relacionados con la interpretación de la Ley. Por esta razón, cuando el escriba de la ley lo interroga, Él responde citando los dos preceptos fundamentales del código del Deuteronomio. De este modo, Jesús daba un derrotero muy preciso a su interpretación de la ley ya que era fácil perderse en los vericuetos legales de los seiscientos trece preceptos que la conformaban. Esta visión la confirma la voz del escriba que descubre en la respuesta de Jesús toda la tradición profética, por lo que añade ‘vale más que todos los holocaustos y sacrificios’, que era una de las frases centrales de la predicación de Oseas (6, 6).

El ser humano, por su misma naturaleza, está expuesto a convertir todas las bendiciones en maldiciones. Las dotes personales se convierte, con frecuencia, en un mecanismo para imponerse a los demás; los recursos económicos se han convertido en el principal mecanismo de exclusión de nuestra época. Pero de esta dinámica no escapa ni siquiera la vivencia religiosa que, en el cristianismo, está destinada a crear lazos de solidarias, comunión y respeto. Sin embargo, con frecuencia se convierten en mecanismos de exclusión, agresión y violencia al interior de la comunidad cristiana. Las personas más piadosas y ritualistas son las que más se ufanan de ser ‘mejores’ que los pobres pecadores, pervertidos por las ‘maléficas’ costumbres. El evangelio nos pone en guardia contra esta ideología encubridora del propio pecado, ya que la autojustificación nos lleva a creernos mejores que los demás y, de modo inevitable, a crear interminables y dolorosos procesos de marginación. Porque para Jesús la verdadera religión no es un pedestal para oprimir a los demás, sino una mano amiga que demuestre siempre amor, comprensión y respeto.

El evangelio de hoy nos invita a mirarnos a nosotros mismos, a abrir nuestro interior a Dios antes de levantar el dedo acusador contra los que evidentemente están en el pecado. Debemos dejarnos redimir por el amor de Jesús antes de convertirnos en jueces de las personas que sufren por el pecado. Bien dice el profeta "misericordia quiero y no sacrificios".