Reflexiones Bíblicas

San Marcos 10,1-12

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino, y según costumbre les enseñaba. Se acercaron unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: "¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?" Él les replicó: "¿Qué os ha mandodo Moisés?" Contestaron: "Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio." Jesús les dijo: "Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandorá el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne." De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre." 

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: "Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio." 

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Jesús abandona Galilea y continúa su camino y su predicación hacia Judea y la Transjordania. Los Fariseos le plantean a Jesús un tema muy controvertido en la época: el divorcio. Jesús supera el nivel de la casuística legalista en que había caído el debate. Recurre a los orígenes para indagar por la voluntad del creador. Dios los creo varón y mujer unidos en un solo ser en igualdad de condiciones. Coloca el matrimonio en la línea de la alianza. Y la alianza exige la fidelidad y el respeto que supera la ley y se fundamenta en el amor auténtico. Solo el amor referido a Dios podrá ser la pista para enfrentar las crisis que acarrea la relación conyugal. Así Jesús sale a la defensa de la mujer, considerada en la época inferior al varón.

Las familias contemporáneas está atravesando por una fuerte crisis. Muchos matrimonios se disuelven fácilmente ante las primeras dificultades. Esta situación trae serias consecuencias para el crecimiento sano y armonioso de los hijos y para la estabilidad emocional de los padres. Pero más allá de mantener una ley canónica, debemos insistir en el elemento de alianza que comporta fidelidad, respeto, escucha, aceptación y diálogo como ingredientes necesarios para la consolidación de la pareja y la familia. No podemos renunciar fácilmente a la familia como núcleo de la sociedad y pequeña comunidad creyente donde se madura humana y cristianamente.