Reflexiones Bíblicas

San Marcos 2, 23-28

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Un sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: "Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?" El les respondió: "¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros". Y añadió: "El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado".

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El Evangelio de Marcos nos ofrece una escena, muy común en la vida de Jesús. Lo vemos quebrantando abiertamente una norma de gran importancia para el pueblo Judío. El sábado, día de descanso, no era permitido trabajar ni cegar. Jesús atraviesa un sembrado y sus discípulos se abren camino arrancando espigas. Aunque su intención no es recoger trigo, esta actitud es señalada como ilícita por los fariseos que los observan. Jesús legitima esta acción recordando el gesto de David de quebrantar las normas del templo para saciar el hambre de sus guerreros.
No es la intención de Jesús, transgredir normas sin más o negar la importancia del sábado sino dimensionarla en su verdadero valor: El sábado es para el ser humano. Es día de justicia en que los trabajadores reciben un merecido descanso, día de la comunidad en que se ilumina la vida a la luz de las escrituras; día de la memoria en que el pueblo recuerda su propia identidad y dignidad ante Dios. Y no día de opresión que niega la vida digna y la salvación a los pobres y necesitados, haciendo de la ley y de la relación con Dios un mecanismo de muerte, control social y exclusión. Esto era lo que las élites judías habían hecho del sábado.
Jesús en sus gestos y sus Palabras hace un llamado a los creyentes de todos los tiempos a enseñorearse sobre la ley; toda ella ha de servir para dignificar y plenificar la vida de los hijos e hijas de Dios. Esta vida digna es el último y principal objetivo de la fe cristiana. Todo lo que esté al servicio de la vida debe tenerse en cuenta, lo que no debe revaluarse, superarse o transformarse.