Reflexiones Bíblicas

San Marcos 6, 53-56

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos, terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret, y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron, y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos.

COMENTARIOS

Hoy el Evangelio comienza en movimiento: "terminada la travesía". Nos evoca un largo recorrido, lleno de experiencias. Podemos imaginar a Jesús y sus amigos, que desembarcan en la región e Genezaret, después de una difícil travesía por el lago de Galilea. Han tenido jornadas intensas misión y de servicio. Sobresalen tres actitudes de los pobladores en la primera parte del Evangelio:

Reconocer: implica el conocimiento previo de Jesús o de las señales que acompañan su presencia. Jesús ya no era un desconocido, de alguna manera había ya pasado por sus vidas. Esta nueva presencia suya implicó para estas gentes un nuevo acto de descubrimiento.

Recorrer-traer: la llegada de Jesús genera dinamismo y solidaridad. El reconocer a Jesús, que para muchos de sus contemporáneos pasó desapercibido, significó para estas gentes salir de sus casas, a la búsqueda de los necesitados, para traerlos a quien podía devolverles la salud. Es un movimiento de ida y de regreso: reconocer a Jesús, ir hacia los hermanos necesitados y volver con ellos a Jesús.

Oír: en este ir y venir, se establece una continua búsqueda del Maestro, que no ha estado estático sino que ha ido cambiando de lugar, de manera que deben preguntar por él, y deben estar atentos, a las noticias y signos que les pudiesen indicar donde está Jesús.

Todo este movimiento desemboca en las plazas, centro de la vida de pueblos y ciudades, a donde llevan los enfermos. Aún a pesar de las prohibiciones de la tradición y de las leyes de pureza, el pueblo se compromete con sus enfermos, no puede abandonarlos a su suerte pues son sus hijos, sus padres, sus hermanos y amigos, y en "la Plaza" parecen romperse las distancias. Allí, tan sólo el roce del manto, genera salvación, y el enfermo, excluido o abandonado es reconocido por sus vecinos y amigos.