Reflexiones Bíblicas
San Juan 3,31-36

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

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Este texto establece una diferencia entre el que viene de arriba, y el que es de la tierra. El que viene de arriba, Jesús, está por encima de todos los profetas anteriores enviados por Dios, comenzando por Moisés su prototipo. Al llegar el cumplimiento, la antigua alianza y los antiguos mediadores pierden su validez y, con ellos, la Escritura, en cuanto reclamaba la fidelidad a aquella alianza. 

Moisés era de la tierra y hablaba desde la tierra. Esto no niega que tuviera un encargo divino, pero sí indica la provisionalidad de su encargo, lo incompleto de su mensaje, limitado por un horizonte terreno, es decir, condicionado por la cultura y la época en que vivía. 

En contraste con Moisés, que, siendo "de la tierra", carecía de un conocimiento inmediato de Dios, el que viene del cielo da un testimonio que nace de su experiencia personal y directa de Dios. Sólo él puede formular la voluntad cierta y completa de Dios.

Ese testimonio no encuentra eco (nadie lo acepta). Dada la contraposición entre Moisés y Jesús, la frase se refiere a los que se niegan a aceptar la superación de la Ley y rechazan a Jesús. La Ley, al ser tenida por definitiva, se convierte en obstáculo para aceptar al Mesías-Hijo. 

Por oposición a Moisés, Jesús no propone diez mandamientos sino ocho bienaventuranzas que indican un camino o estilo de vida basado en la renuncia voluntaria al dinero, el verdadero enemigo de Dios y la consiguiente persecución de la sociedad injusta que se ve denunciada por el comportamiento de los que han elegido ser pobres y por ello tienen por rey a Dios y no al dinero. Los antiguos mandamientos de la ley de Moisés eran una norma externa que no daba vida; la práctica de las exigencias o mandamientos comunica el Espíritu sin medida, esto es, la capacidad de amar hasta el extremo, pues el Espíritu no es otra cosa sino el amor que Dios infunde en el corazón humano. En realidad, todo el programa de Jesús está basado en la práctica del amor solidario, éste es su único mandamiento o mejor su última y más encarecida recomendación: que os améis unos a otros como yo os he amado. Antiguamente se había dicho: ama al prójimo como a ti mismo, pero este mandamiento está derogado, pues al prójimo hay que amarlo, llegado el caso, hasta por encima de uno mismo, hasta estar dispuesto a dar la vida por él. Quien presta adhesión a Jesús, o lo que es igual, a su programa de vida, tiene ya la vida definitiva; quien no, no sabrá lo que es la vida, porque una vida que no esté imbuida de amor no tiene calidad de vida humana.

Quien no acepta al Hijo se niega a entrar en la zona de la vida-amor; se queda en la zona de la muerte, de la tiniebla, que combate la luz divina de la vida. Allí el ser humano se destruye, porque las ideologías de la mentira lo llevan a actuar contra su propio ser. Por eso cae sobre ese ámbito la reprobación de Dios. El amor de Dios ofrece a todos, por medio de Jesús, la posibilidad de salir de esa zona de muerte. Quienes desprecian el ofrecimiento de Dios y se quedan voluntariamente en ella, permanecen bajo el peso de la reprobación (cf. 3,18: "ya tiene la sentencia").