Reflexiones Bíblicas
San Juan 12,44-50

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: "El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre."

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Jesús habla por última vez en público; es la tercera y última vez que hace una declaración gritando, como se dice de la sabiduría (Prov 1,20-23: «La sabiduría pregona por las calles, en las plazas levanta la voz, grita en lo más ruidoso de la ciudad y en las plazas públicas pregona: ¿Hasta cuándo, inexpertos, amaréis la inexperiencia, y vosotros, insolentes, os empeñaréis en la insolencia, y vosotros, necios, odiaréis el saber? Volveos a escuchar mi reprensión y os abriré mi corazón comunicándoos mis palabras». 

A partir de ahora, Jesús hablará en el evangelio de Juan solamente con sus discípulos o con los que lo interrogan. En esta última intervención Jesús ofrece un compendio hecho por él mismo del significado y consecuencias de su actividad. La idea central es el origen divino de su mensaje. La adhesión a él es adhesión al Padre. En esa adhesión, el ser humano reconoce el amor del Padre al género humano y expresa su agradecimiento por ese amor. Estar con Jesús es estar con el ser humano y con Dios; no estar con Jesús es oponerse a la persona humana y a Dios. No existe diferencia entre Jesús y el Padre, pues la persona y actividad de Jesús explican lo que es Dios. Hay que renunciar a toda idea preconcebida de Dios. Éste se ha manifestado plenamente en Jesús, a quien ha comunicado la plenitud de su gloria-amor. 

Jesús es la luz de la vida y saca de las tinieblas de la muerte, es decir, del ámbito dominado por los enemigos del ser humano; en Israel, del sistema político-religioso judío. La adhesión a Jesús es la alternativa a la opresión, cuyo instrumento es la ideología (tiniebla), que extingue en la persona humana la aspiración a la plenitud. 

Jesús no da sentencia, porque su misión es salvar comunicando vida. El amor que vivifica se convierte en norma de conducta para las personas que lo experimentan: ésa es la exigencia de Jesús. 

Quien no hace suya esa exigencia, es decir, quien no se compromete a amar, a ser solidario con los demás, él mismo se malogra, porque no se realizará nunca como persona; frustra en sí el proyecto de Dios. Ésa es su sentencia, dictada por él mismo.