Reflexiones Bíblicas
San Juan 6,30-35

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: "¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo." Jesús les replicó: "Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo." Entonces le dijeron: "Señor, danos siempre de este pan." Jesús les contestó: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed."

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Poco antes de esta escena evangélica, Jesús había repartido el pan a la multitud y ésta lo reconoció como el profeta que tenía que venir al mundo en la línea de Elías, de Eliseo o de Moisés mismo. Jesús, sin embargo, dándose cuenta de que querían hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo, como lo hizo Moisés, después ver al pueblo adorar el becerro de oro (Ex 34,3-4). Jesús se retira en el evangelio al monte a orar para evitar la tentación de un mesías triunfalista, como la gente deseaba. Pero esta imagen del Mesías está en abierta contradicción con la actitud que Jesús ha adoptado antes, poniéndose a servir a los que estaban recostados. En vez de aceptarlo como servidor de la persona humana, quieren darle una posición de superioridad y de fuerza. Jesús pretendía hacer al pueblo libre; éstos quieren renunciar a su propia libertad. Jesús les pedía generosidad y amor; ellos eligen rendirle obediencia. No aceptan la condición de adultos; prefieren continuar siendo súbditos pasivos. 

Ahora la multitud comprende que Jesús se declara Mesías y, para darle la adhesión, exigen un prodigio como los del antiguo éxodo, semejante al del maná, el llamado pan del cielo (Neh 9,15; Éx 16,15; Nm 11,7-8; Sal 78,24). Oponen los prodigios de Moisés a la falta de espectacularidad de la obra de Jesús. Exigen lo portentoso, lo que deslumbra sin comprometer, en vez de lo personal, cotidiano, profundo y de eficacia permanente. 

Hablan de "sus padres", cuando Jesús les ha hablado de "el Padre" (v. 27); siguen apegados a su linaje y se refugian en el pasado. Jesús, en cambio, tiene una perspectiva universal: mientras que "sus padres" son los de Israel; "el Padre" lo es de la humanidad entera. 

La respuesta de Jesús es tajante: el maná no era pan del cielo; es además cosa del pasado. El pan de Dios es cosa del presente y consiste en una comunicación incesante de vida que él hace al mundo. Como el maná llovía de lo alto, este pan baja del cielo, pero sin cesar; y no se limita a dar vida a un pueblo; da vida a toda la humanidad. 

La multitud manifiesta su deseo de ese pan. Llaman a Jesús "Señor", creen en sus palabras, adivinan que puede satisfacer todos sus anhelos. Con respeto le piden su pan, pero no se comprometen al trabajo; no acaban de darle su adhesión. Siguen en su actitud pasiva, dependiente; quieren recibir el pan sin propio esfuerzo (danos siempre pan de ése), encontrar la solución sin su colaboración personal. 

Jesús se había presentado como dador de pan; ahora se identifica él mismo con el pan (Yo soy el pan de la vida). Él es el don continuo del amor del Padre a la humanidad. 

Comer ese pan significa dar la adhesión a Jesús, asimilarse a él; es la misma actividad formulada antes en términos de trabajo (vv. 27.29). La unión a él comunica a los seres humanos la vida de Dios. Él es el alimento que Dios ofrece al ser humano, con el que se obtiene la calidad de vida que los encamina a su plenitud. 

La Ley dejaba una continua insatisfacción, por proponer un modelo y exigir una fidelidad inalcanzables (Eclo 24,21: "el que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed"; cf. Jn 4,13a-14). Por el contrario, la adhesión a Jesús satisface toda necesidad y toda aspiración humana (el que me come nunca pasará hambre, el que me da su adhesión nunca pasará sed), porque no lo centra en la búsqueda de su propia perfección, sino en el don de sí mismo. Mientras la perfección tiene una meta tan ilusoria y tan lejana como el ideal que cada uno se fabrique, el don de sí mismo es concreto e inmediato y sus metas se van alcanzando con la práctica de cada día, pudiendo llegar al extremo, como en el caso de Jesús. Con la búsqueda de la perfección el ser humano va edificando su propio pedestal; con la adhesión a Jesús, se pone al servicio de los demás y crea la igualdad en el amor. 

Han tenido delante a Jesús, pero no descubren el sentido de su acción ni la calidad de su persona; en el hombre no ven al Hijo. Desean el pan, pero no dan el paso, no se acercan a él. Quieren un don suyo, pero no el de su persona; se mantienen a distancia. Pretenden separar el don del amor que contiene, haciéndole perder su sentido. Quieren recibir, pero se niegan a amar.