Reflexiones Bíblicas
San Juan 15,1-8

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos."

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En el trasfondo de este texto está la imagen de la vid o de la viña como símbolo del pueblo de Dios Israel. Diversos textos del Antiguo Testamento hablan de la vid refiriéndose al pueblo y a Dios como su labrador. Tal vez el que expresa mejor la relación entre esa vid-pueblo y Dios-labrador es Is 5,1-7 donde se resume la historia de la relación de ese pueblo con Dios en estos términos: «La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, son los hombre de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis; lamentos» (Is 5,7). Llama la atención que Jesús se defina ahora a sí mismo como vid verdadera. En otros lugares del evangelio se define como luz verdadera o como verdadero pan del cielo. 

Y no es que Jesús suplante al pueblo, que ha sido infiel a Dios a lo largo de la historia. No. Lo que sucede es que con Jesús comienza una nueva humanidad, que no se construye a partir de su persona y estilo de vida. De esta nueva humanidad-vid participan los sarmientos-seguidores en la medida en que estén unidos e identificados con la vid y den los frutos, estos es, cumplan su encargo encarecido de amar sin medida. El sarmiento que no se convierte en nueva creatura, modelado a la imagen y estilo de Jesús, esto es, el que no responde a la vida que recibe de Jesús y no la comunica a otros, no sirve para nada. Al negarse a amar y no hacer caso al Hijo-vid verdadera, se coloca en la zona de la reprobación de Dios (3,36). 

El sarmiento que no da fruto es aquel que pertenece a la comunidad, pero no responde al Espíritu; el que come el pan, pero no se asimila a Jesús. Al que da fruto el Padre lo limpia, haciéndole que elimine los factores de muerte que hay en él, haciéndolo cada vez más auténtico y más libre, y aumentando de este modo su capacidad de entrega y eficacia. 

Jesús exhorta a sus discípulos a renovar su adhesión a él, mirando al fruto que han de producir. La unión con Jesús no es algo automático ni ritual, pide la decisión personal; a la iniciativa del discípulos responde la fidelidad de Jesús (yo me quedaré con vosotros). Esta unión mutua entre Jesús y los suyos, vistos aquí como grupo, es la condición para la existencia de la comunidad, para su crecimiento y para que produzca fruto. Los discípulos no tendrán verdadero amor al ser humano sin el amor a Jesús (14,15), y sin amor al ser humano no hay fruto posible. 

El sarmiento no tiene vida propia y, por tanto, no puede dar fruto de por sí; necesita la savia, es decir, el Espíritu comunicado por Jesús. Interrumpir la relación con él significa cortarse de la fuente de la vida y reducirse a la esterilidad.