Reflexiones Bíblicas
San Juan 15,1-8.

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos."

COMENTARIOS

En varios pasajes del AT, la vid o viña es el símbolo de Israel como pueblo de Dios. La afirmación de Jesús se contrapone a esos textos; no hay más pueblo de Dios (vid y sar­mientos) que la nueva humanidad que se construye a partir de Él. Como en el AT, es Dios, a quien Jesús llama su Padre, quien ha plantado y cuida esta vid.

Advertencia severa de Jesús, que define la misión de la comunidad. Él no ha creado un círculo cerrado, sino un grupo en expansión: todo miembro tiene un crecimiento que efectuar y una misión que cumplir. El fruto es el hombre nuevo, que se va realizando, en intensidad, en cada individuo y en la comunidad (crecimiento, maduración), y, en extensión, por la propagación del mensaje, en los de fuera (nuevo nacimiento). La actividad, expresión del dinamismo del Espíritu, es la condicion para que el hombre nuevo exista.

El sarmiento no produce fruto cuando no responde a la vida que recibe y no la comunica a otros. El Padre, que cuida de la viña, lo corta: es un sarmiento que no pertenece a la vid.

En la alegoría, la sentencia toma el aspecto de poda. Pero esa sentencia no es más que el refrendo de la que el hombre mismo se ha dado: al negarse a amar y no hacer caso al Hijo, se coloca en la zona de la reprobación de Dios. El sarmiento que no da fruto es aquel que pertenece a la comunidad, pero no responde al Espíritu; el que come el pan, pero no se asimila a Jesús.

Quien practica el amor tiene que seguir un proceso ascendente, un desarrollo, hecho posible por la limpia que el Padre hace. Con ella elimina fac­tores de muerte, haciendo que el discípulo sea cada vez más auténtico y más libre, y aumente así su capacidad de entrega y su eficacia. Pretende acrecentar el fruto: en el discípulo, fruto de madurez; en otros, fruto de nueva humanidad.

Hay una limpieza inicial (cf. 13,10) y otra sucesiva, para el creci­miento. Sintetizando datos, la limpieza o purificación inicial la produce la op­ción por el mensaje de Jesús, que es el del amor. Éste separa del mundo injusto y quita, por tanto, el pecado (1,29). Cuando el mensaje se hace práctica en la vida del discípulo, la actividad del amor va profundizando la purificación. Según el significado de "limpio/puro", sólo quien practica el amor a los demás agrada a Dios; y ése no sólo tendrá acceso al Padre, sino que el Padre vendrá a habitar con él (cf. 14,23: vendremos a él...).

Jesús exhorta a sus discípulos a renovar su adhesión a Él, mirando al fruto que han de producir. La unión con Jesús no es algo automático ni ritual, pide la decisión del hombre; y a la iniciativa del discípulos responde la fidelidad de Jesús (yo me quedaré con vosotros). Esta unión mutua entre Jesús y los suyos, vistos aquí como grupo, es la condición para la existencia de la comunidad, para su crecimiento y para que produzca fruto. Los discípulos no tendrán verdadero amor al hombre sin el amor a Jesús (14,15), y sin amor al hombre no hay fruto posible.

El sarmiento no tiene vida propia y, por tanto, no puede dar fruto de por sí; necesita la savia, es decir, el Espíritu comunicado por Jesús. Interrumpir la relación con Él significa cortarse de la fuente de la vida y reducirse a la esterilidad.

Repite Jesús su afirmación primera, ahora en relación no con el Padre, sino con los discípulos. Entre Él y los suyos existe una unión íntima; la misma vida circ­ula en Él y en ellos, gracias a la asi­milación a Él (6,56: comer su carne y beber su sangre).

El fruto de que se hablaba antes se especifica ahora como mucho fruto (cf. 12,24). Éste está en función de la unión con Él, de quien fluye la vida. Sin estar unido a Jesús, el discípulo no puede comunicarla (sin mí no podéis hacer nada). .

Pasa Jesús a considerar el caso contrario, la falta de respuesta. El porvenir del que sale de la comunidad por falta de amor es "secarse", es decir, carecer de vida. El final es la destrucción (los echan al fuego y se queman). La muerte en vida acaba en la muerte definitiva.

Sigue el tema de la fecundidad. La respuesta a las exigencias concretas del amor crea el ambiente de la comunidad (entre vosotros, cf. 5,38). Jesús se hace colaborador en la tarea de los suyos, sin límite alguno (lo que queráis). La sintonía con Jesús, creada por el compromiso en favor del hombre, establece su colaboración activa con los suyos. Pedir signi­fica afirmar la unión con Jesús y reconocer que la potencia de vida pro­cede de él.

La gloria, que es el amor del Padre, se manifiesta en la actividad de los discípulos, que trabajan en favor de los hombres. Esta afirmación pone el dicho en el contexto de las comunidades posteriores.