Reflexiones Bíblicas
San Juan 15,9-17

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.. Esto os mando: que os améis unos a otros."

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El Padre demostró su amor a Jesús comunicándole la plenitud de su Espíritu (1,32s), su gloria o amor fiel (1,14). Jesús demuestra su amor a los discípulos de la misma manera, comunicándoles el Espíritu que está en Él (1,16; 7,39). La unión a Jesús-vid, expuesta en la perícopa anterior (15,lss), se expresa ahora en términos de amor. Como respuesta permanente al amor que les ha mostrado, pide Jesús a sus discípulos que vivan en el ámbito de ese amor suyo (cf. 15,4). Tal es la atmósfera gozosa en que se mueve el seguidor de Jesús.

Pone en paralelo la relación de los discípulos con Él y la suya con el Padre (10,15); la fidelidad del amor se expresa en ambos casos por la respuesta a las necesidades de los hombres (cumplir los mandamientos del Padre / de Jesús). Los mandamientos o encargos del Padre a Jesús se identifican con su misión, la de ofrecer a la humanidad la plenitud de vida.

El criterio objetivo que permite verificar la unión del discípulo con Jesús y con el Padre es el amor de obra (cf. 1 Jn 3,14); éste amor demuestra la autenticidad de la experiencia interior. Es decir, la praxis de los discípulos asegurará la unión con Jesús, la permanencia en el ámbito de su amor. No existe amor a Jesús sin compromiso con los demás.

La alegría es objetiva, por el fruto que nace (15,8), y subjetiva, porque el amor practicado renueva en el discípulo la experiencia del amor del Padre. Los discípulos, por entregarse como Jesús, viven circundados por su amor. Pero además, Jesús comparte con ellos su propia alegría, la que procede del fruto de su muerte y de su experiencia del Padre; así lleva a su colmo la de los discípulos. Éstos, por tanto, deben integrar su experiencia de alegría en otra más amplia, la de Jesús, pues el fruto que producen ellos es parte del que produce en el mundo entero el amor de Jesús demostrado en su muerte, y la experiencia del Padre que tienen ellos es una participación de la plena comunión con el Padre que posee Jesús.

Como se ve, la relación de los discípulos con Jesús no tiene un carácter adusto, sino alegre; a continuación va a formlarse en términos de amistad.

El mandamiento que constituye la comunidad y le da su identidad (13,34) es, al mismo tiempo, el fundamento de la misión. Por eso, Jesús lo enuncia por segunda vez, ahora en relación con el fruto. No se puede proclamar el mensaje del amor si no es apoyados en su experiencia. Y donde no existe comunidad de amor mutuo como alternativa a la sociedad injusta, no puede haber misión.

Señala Jesús cuál es la cima del amor a los amigos, llegar a dar la propia vida por ellos. A continuación explica la adhesión a Él en términos de amistad. Ésta nace de la comunidad de ideal y de la común vivencia de entrega, efectos de la posesión del mismo Espíritu. Ha pasado de la metáfora local usada antes (15,4: seguir insertados en la vid) a la relación personal (amigos).

El amor mutuo hace hijos de Dios y da a los discípulos la característica de Jesús. Por eso requiere Jesús que la relación entre los suyos y Él se conciba como amistad. Siendo el centro del grupo, no se coloca por encima de Él; se hace compañero de los suyos en la tarea común.

En el contexto de misión, la amistad con Jesús se traduce en la colaboración en un trabajo que es de todos y se considera responsabilidad de todos; por eso la alegría de la misión se comparte con Él (v. 11). La igualdad y el afecto crean la libertad. La comunicación de vida no produce subordinación, sino compenetración e intimidad.

La diferencia entre el siervo y el amigo estriba en la ausencia o realidad de la confianza. Jesús, que va a morir por los suyos, no tiene secretos para ellos. Lo que ha oído del Padre y les ha comunicado por entero es el designio divino sobre el hombre y los medios para realizarlo. La relación entre amigos no es ya la de maestro y discípulo; ha terminado el aprendizaje, pues Jesús se lo ha comunicado todo a ellos. No se reserva ninguna doctrina, no imparte ninguna enseñanza esotérica ni forma ningún círculo privilegiado.

El dicho de Jesús se refiere a todo discípulo. En cierto modo, Él ha elegido a la humanidad entera, pues ha venido a que el mundo por Él se salve (3,17; 12,47); al acercarse el individuo a Él, esa elección general queda concretada y realizada por la acogida que Jesús le hace.

La frase expresa la experiencia de cada cristiano, pues éste, aun siendo consciente de su opción libre por Jesús, sabe que no puede atribuir sólo a su iniciativa la condición de miembro de la nueva comunidad; había un amor precedente, en cuyo ámbito Él ha entrado. Esta conciencia funda la acción de gracias.

Jesús los elige para la misión; los discípulos son colaboradores suyos. No los admite ni los envía en condiciones de inferioridad, sino en el plano de la amistad y de la cooperación.

Los discípulos han de recorrer, en medio de la humanidad, su camino hacia el Padre, el de su entrega a los demás. Secundarán así el propósito de Jesús, que es llevar a su fin la creación del hombre, hacer hombres adultos, libres y responsables, animados por su mismo Espíritu, que reproduzcan sus rasgos en medio del mundo y se sumen a su obra. A través de ellos se irá realizando la salvación.

La labor de los suyos debe tener un efecto duradero que vaya cambiando la sociedad (que vuestro fruto dure). La eficacia de la tarea no se mide tanto por su extensión como por su profundidad, de la que depende la duración del fruto.

La dedicación a realizar las obras de Dios (9,4), que es la sustancia de la misión, pone a disposición de los discípulos la fuerza del Padre. A través de ellos se vierte en el mundo el torrente de su amor.

Para terminar la sección sobre el amor, repite Jesús su mandamiento (cf. v. 12), que enuncia la condición para estar vinculados a Él y producir fruto. La repetición es, al mismo tiempo, un aviso: si no existe esta calidad de amor, falta lo esencial.