Reflexiones Bíblicas
San Juan 16,5-11

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Adónde vas?" Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado."

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Nunca les había hablado Jesús de la persecución futura; hasta ahora, el blanco había sido Él, quien, además, podía defenderlos. Los discípulos siguen sin comprender la muerte como ida al Padre. No piden explicaciones, que consideran superfluas, pero se llenan de tristeza al pensar en la separación, que ellos interpretan como desamparo (cf. 14,18). Sin Jesús, se sienten indefensos ante el mundo.

Para Jesús, la presencia y ayuda del Espíritu hará más bien a los discípulos que su propia presencia corporal. Pero para comunicar el Espíritu tiene que dar antes la prueba última y radical de su amor por el hombre. Mientras se apoyen en la presencia física de Jesús, los discípulos no aprenderán a tomar su plena responsabilidad ni tendrán la autonomía propia del que obra por convicción interior. Les conviene que se marche, para actuar por si mismos bajo el impulso del Espíritu.

El sistema injusto se ha erigido en juez de Jesús y lo ha condenado como a un criminal. El Espíritu va a reabrir el proceso para pronunciar la sentencia contraria. Los que se hicieron jueces son los culpables; el condenado tenía razón y, en consecuencia, el sistema que se atrevió a cometer semejante injusticia está condenado por Dios.

El mundo designa aquí al círculo dirigente que condenó a Jesús. Su pecado es »el pecado del mundo» (1,30), que consiste en impedir, reprimir o suprimir la vida, impidiendo la realización del proyecto creador (1,10); este pecado ha alcanzado su máxima expresión en el rechazo de Jesús (15,22).

La prueba de que Jesús tenía razón será la acogida del Padre (v.10), de la que la comunidad tendrá plena conciencia a través de la experiencia del Espíritu que de Él va a recibir (15,26). El Padre va a refrendar toda la obra de Jesús; al acogerlo, Dios se constituye en juez e invierte el juicio dado por el mundo. Al marcharse con el Padre, Jesús dejará de estar presente como antes.

El orden injusto va a considerarse más seguro por la muerte de Jesús, pero la comunidad experimentará que ese mundo está juzgado y que Dios está contra él.