Reflexiones Bíblicas
S
an Juan 5,1-3.5-16

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J  

 

En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Ésta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: "¿Quieres quedar sano?" El enfermo le contestó: "Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado." Jesús le dice: "Levántate, toma tu camilla y echa a andar." Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.

Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: "Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla." El les contestó: "El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar." Ellos le preguntaron: "¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?" Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, aprovechando el barullo de aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: "Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor." Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

COMENTARIOS

Las fiestas religiosas de los judíos siempre conmemoran algún aspecto de la liberación del pueblo, de las intervenciones liberadoras de Dios en su historia; y por tanto, cada celebración debería ser el marco preciso para renovar esas intervenciones divinas y para renovar el compromiso de mantener vigentes las exigencias de la libertad y de la vida. Sin embargo, Juan constata la realidad del pueblo a través de la imagen de un hombre que se halla postrado en su camilla al lado de una piscina cuyas aguas poseen virtudes curativas, pero en treinta y ocho años el postrado no ha podido aprovecharlas porque nadie le ha ayudado a entrar al agua en el momento preciso.

El Templo y sus instituciones, lo mismo que el agua, como símbolos de vida, no han significado para aquel hombre/pueblo más que postración y abandono. Es el ambiente perfecto en el cual Juan presenta al Señor de la vida. En Jesús esa vida se derrama en abundancia; ya no son el Templo, ni sus instituciones, ni los baños rituales los que regeneran al hombre, sino la fe en Jesús y la aceptación de su Palabra y sus signos..

Existe un contraste enorme entre la fiesta oficial y la muchedumbre que se describe: una masa de gente enferma, sin fuerza ni actividad, tirada por el suelo. El término muchedumbre, que denota una masa de gente mayor que "multitud", incluye a la gran mayoría del pueblo, como contradistinto de los dirigentes. Son los excluidos de la fiesta (2Sm 5,8).

La muchedumbre enferma tiene tres características: está ciega por obra de la tiniebla, por haber hecho suya la doctrina de la Ley que le impide conocer el amor de Dios y su proyecto sobre el hombre; está tullida, privada de actividad de movimiento y de acción, reducida a la impotencia, y reseca, sin vida; es un pueblo muerto (Ez 37,1-14).

Jesús no se ha preocupado del precepto del descanso; para Él cuenta sólo el bien del hombre en cualquier circunstancia. Para los dirigentes judíos, por el contrario, cuenta sólo la observancia de la Ley y, en nombre de ella, recuerdan al hombre que está prohibido llevar la camilla.

Según la doctrina de las escuelas, la observancia del precepto del descanso equivalía a la de toda la Ley, y su violación o desprecio lo era de la Ley entera. Llevar la camilla a cuestas, sabiendo que era día de precepto, significaba no reconocer la validez de Ley, considerarse libre de sus obligaciones y no acatar la autoridad de los dirigentes, sus custodios e intérpretes.

Jesús se había escabullido entre la multitud. No busca popularidad, sólo pretende dar vida. Ha devuelto al hombre su fuerza, sin exigirle nada. El amor es don gratuito.

Dios no ha establecido en el mundo un orden cerrado e invariable, sino que sigue abierta la tarea de la creación del mundo y del hombre. No se puede pretender que una organización social se considere definitiva; hay que estar en perpetuo trabajo de eliminación de todo obstáculo que en esa sociedad impida la plenitud humana. Mientras haya oprimidos y hombres privados de libertad, no está realizado el designio creador. Esta concepción hace derrumbarse el sistema cerrado creado por la Ley absolutizada, es decir, tenida por la manifestación última e inmutable de la voluntad divina.