Reflexiones Bíblicas
San Juan 11,45-57

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J  

 

 

En aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: "¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación." Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: "Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera." Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.

Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: "¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta?" Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.

COMENTARIOS

La reacción natural ante el hecho era la adhesión a Jesús. La vida es la aspiración suprema del hombre, su luz (1m4; 8,12), y Jesús ha mostrado que Él comunica la vida que vence a la misma muerte. De los que habían ido a ver a María, muchos se ponen de parte de Jesús, con quien ha amanecido la esperanza: la muerte no es la última palabra.

Se convoca una reunión oficial en la que participan los sumos sacerdotes, poder religioso-político, y los fariseos, que detentaban el influjo espiritual sobre el pueblo.

Señal significa un hecho que apunta a una realidad superior, pero el círculo de poder se niega a reconocer esa realidad. Se dan perfecta cuenta de que tales acciones no proceden de un hombre cualquiera, pero que puedan ser cosa de Dios no cuenta para ellos; lo que les importa es que las señales son liberadoras y ellos, los opresores, las ven como un peligro para su hegemonía. Que los seres humanos pierdan el miedo a la muerte los alarma.

Buscan un motivo que racionalice su aversión a Jesús y lo encuentran en el terreno político. Ciertamente, un alboroto mesiánico habría provocado la intervención romana y temen ser despojados de sus privilegios. No se preguntan ni por un momento si Jesús es verdaderamente el Mesías. Dios no entra en sus cálculos; ellos lo han encasillado en una administración religiosa y en una Ley, y no le reconocen actividad propia. Por eso, cuando, en la persona de Jesús, Dios interviene en la historia, lo consideran sospechoso y peligroso.