Reflexiones Bíblicas
San Juan 10,22-30

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J  

 

 

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: "¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente." Jesús les respondió: "Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno."

COMENTARIOS

Los que desean matarlo, rodean a Jesús, lo cercan. La irritada pregunta que le hacen, si es el Mesías, está en paralelo con la hecha a Juan Bautista (1,l9ss). Lo acusan de que no los deja vivir: dar vida a los oprimidos, como hace Jesús, es quitársela a ellos. No los deja vivir porque ellos viven a costa del pueblo y Jesús lo emancipa de su dominio.

Quieren forzarlo a declararse Mesías (cf. 8,25). Pero, con los judíos (cf. 4,26), Jesús nunca toma en sus labios ese título, pues como, para ellos, el Mesías debía ser el rey de Israel, declararse Mesías podía hacer creer que pretendía apoderarse del trono de Israel. Eso es lo que los dirigentes temen, dado el enfrentamiento de Jesús con las instituciones. La entronización de Jesús sería para ellos la ruina.

La respuesta de Jesús es neta. Aun sin pronunciar el título, se ha declarado Mesías muchas veces y con suficiente claridad (7,37; 8,12; 10,11). Pero Jesús no reclama honores ni derechos. Se limita a presentar sus credenciales, que no son jurídicas, sino objetivas: sus obras en favor del hombre; ante ellas, sus adversarios deben definir su actitud.

Es decir, para hablar de su mesianismo se requiere una condición previa: reconocer que la actividad liberadora de Jesús es la de Dios mismo, la del Padre. Jesús no legitima su calidad de Mesías apelando a la tradición; la acción de Dios se discierne en el presente, y el criterio es siempre el mismo: donde se actúa en favor del hombre, allí está Dios. Tira abajo toda legitimidad que no se apoye en las obras. Su mesianismo no es una cuestión académica, sino vital. Es Mesías el que de hecho libera de la opresión. Ellos pretenden obtener una declaración sin comprometerse a nada, y Jesús se niega.

Los dirigentes, que explotan al pueblo (10,1.8.10), no aceptan las obras de Jesús, que minan su poder. No responden a su llamada, que es la del Padre (6,45), porque no son de sus ovejas; para serlo tendrían que cambiar de conducta, y nada está más lejos de su intención.

Los que son de Jesús lo escuchan, es decir, le prestan adhesión, no de palabra o de principio, sino de conducta y de vida (me siguen), comprometiéndose con él y como él a entregarse sin reservas a liberar y promocionar al hombre. Jesús comunica a los que lo siguen una vida que supera la muerte y les da la seguridad (no se perderán jamás), y esa fuerza de vida, que es el Espíritu, los une a Él de tal modo que nadie podrá separarlos de su persona.

Para Jesús, lo más importante es el fruto de su obra, la nueva humanidad que él ha de constituir con los hombres que el Padre le ha entregado (6,37.44.65), completando en ellos la creación con el Espíritu. En el caso del ciego, ellos han intentado "arrancarlo" de la mano de Jesús, pero no lo han conseguido. La vida que había experimentado hizo a ese hombre capaz de resistir a las presiones de los dirigentes.

Estar en la mano de Jesús es lo mismo que estar en la del Padre, porque el Padre está presente y se manifiesta en Jesús y, a través de Él, realiza su obra creadora, que lleva a cumplimiento su designio (5,17.30; 6,38-40).

Nunca había formulado antes Jesús tan claramente esta afirmación-clave del evangelio: Yo y el Padre somos uno. La identificación entre Jesús y el Padre excluye toda instancia superior. La oposición a Jesús es oposición a Dios.


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