Reflexiones Bíblicas

San Juan 20,2-8

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Entonces fue corriendo a decírselo a Simón Pedro y al otro discípulo preferido de Jesús; les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". 

Pedro y el otro discípulo salieron corriendo hacia el sepulcro los dos juntos. El otro discípulo corrió más que Pedro, y llegó antes al sepulcro; se asomó y vio los lienzos por el suelo, pero no entró. 

En seguida llegó Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos por el suelo; el sudario con que le habían envuelto la cabeza no estaba en el suelo con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. 

Entonces entró el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó; 

Comentarios de Marcel Bastin

Un recién nacido al que una mujer envuelve en pañales. Un sepulcro» abierto y las vendas del sudario enrolladas cuidadosamente. En el intervalo, un hombre semejante a los demás en todo. Al comienzo, un puñado de pastores, pobres de corazón, glorificaban a Dios por lo que habían visto. Al final de la historia, el discípulo a quien Jesús amaba vio y creyó. Hacen falta muy pocas cosas para que nazca la fe... Pocas cosas, pero infinitas como el corazón y el amor, y profundas como el calor de una mujer y el silencio del misterio. El discípulo entró y vio: ¡vio y creyó! Un momento después, exclamará María con todo su corazón y con todo el ímpetu de se natural: «¡Rabboni!». ¡Hermanos, lo que palparon nuestras manos os lo anunciamos!

Para que estéis en comunión con nosotros... Comunión de fe que vienen a sellar un poco de pan sobre nuestra mesa y la esperanza de nuestras manos unidas en lenguaje de paz. Comunión frágil, más débil que un niño apenas salido de su madre y más misteriosa que un sepulcro abierto sobre el silencio del ausente. Comunión de amor y de alabanzas que cualquier cosa puede romper si pretende ser algo más que la comunión fundada en la mirada contemplativa... Lo que vieron nuestros ojos y palparon nuestras manos... ¡era la Palabra de Vida! Palabra que el discípulo escuchaba, reclinada la cabeza sobre el corazón del Maestro, en aquella cena de despedida en que el amor se entregaba hasta el extremo. Palabra que María sentía penetrar en ella en aquella hora en que con su perfume anunciaba la hora de la sepultura. ¡Palabra de vida! ¡Hermanos, os la anunciamos!

Para que nuestro gozo sea completo... ¡Audacia suprema! Pero son tan pocas las cosas que se requieren para hacer que brote el gozo, como la vida hace saltar la piedra del sepulcro... Tan pocas cosas ... : la ternura de una mirada, la seducción de una música, la paz de una mano amiga; y, en el corazón de todo esto, como un manantial que transfigura la carne, una palabra del Verbo de Vida, una palabra del Hijo del hombre, una palabra del Amor hecho carne. Jesús le dice: «¡María!»... Jesús le dice: «Pedro, ¿me amas?».