Reflexiones Bíblicas

San Lucas 18,1-8

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Sobre la necesidad de orar siempre sin desfallecer jamás, les dijo esta parábola: 

"Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. 

Una viuda, también de aquella ciudad, iba a decirle: Hazme justicia contra mi enemigo. 

Durante algún tiempo no quiso; pero luego pensó: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, le voy a hacer justicia para que esta viuda me deje en paz y no me moleste más". 

Y el Señor dijo: "Considerad lo que dice el juez injusto. 

¿Y no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les va a hacer esperar? 

Yo os digo que les hará justicia prontamente. Pero el hijo del hombre, cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?". 



Comentarios de Marcel Bastin

Tal es el poder de la oración. Presentamos al mundo ante Dios y, puesto así bajo la mirada del Padre, es asumido por Él. Echar un puente entre el mundo y Dios, entre nuestro hoy laborioso y los cumplimientos inesperados: tal es la grandeza de la oración.

La oración no es un sentimentalismo vago, sino una función que hay que ejercer. El cristiano tiene vocación a la oración: tiene que cumplir un oficio. De esta manera quedamos investidos de la carga de hacer vivir al mundo rezando a Dios.

Y esto exige que nos "apeguemos" al mundo. Si, por indiferencia, por desprecio o por cobardía, nos apartamos del mundo y nos ponemos al margen de él, ¿cómo podríamos consagrar el esfuerzo de los hombres y cómo iba Dios a hacer justicia? El trabajo de la oración nos remite a nuestro oficio de artífices de la creación en proceso de parto.

La oración de los cristianos aparece como la respiración honda que eleva al mundo hasta el destino prometido: Dios justifica el esfuerzo de los hombres.