Reflexiones Bíblicas

San Lucas 10,21-24

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!". 

Comentario de San Agustín

"Anhelo tu salvación, Señor," (Sal 119,174) es decir, tu venida. Bienaventurada debilidad que está impregnada por el deseo de algo no conseguido todavía, pero esperado con verdadera pasión. ¿A quién corresponden estas palabras, desde los orígenes de la humanidad hasta el final de los tiempos, sino al pueblo escogido, al sacerdocio real, a la nación santa (cf 1P 2,9) a todos los que en esta tierra y en este tiempo han vivido, viven y vivirán en el deseo de poseer a Cristo?

El anciano Simeón es testigo de esta espera cuando, recibiendo a Cristo en sus brazos, exclama: "Ahora Señor, según tu promesa, puedes dejar que tu siervo muera en paz. Mis ojos han visto a tu Salvador." (Lc 2,29) Este deseo no se ha desvanecido nunca en los santos y nunca se desvanecerá en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, hasta la consumación de los siglos, hasta que venga "el deseado de las naciones", prometido por el profeta (Ag 2,8) El deseo del que hablamos se refiere, con el apóstol, a "la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo" (1 Tim 6,14). De ella habla San Pablo a los colosenses: "cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él." (Col 3,4) La Iglesia, en los primeros tiempos, antes de que la Virgen infantara contaba ya con los santos que anhelaban la venida de Cristo en carne humana. Hoy cuenta con otros santos que anhelan la manifestación de Cristo. Nunca se ha interrumpido este anhelo.