Reflexiones Bíblicas

San Lucas 21,29-33

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Les puso un ejemplo: "Mirad la higuera y todos los árboles: 
cuando echan hojas, conocéis que el verano se acerca. 
Así también vosotros, cuando veáis todo esto, sabed que el reino de Dios está

cerca. 
Os aseguro que no pasará esta generación antes de que suceda todo esto. 
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 



Comentarios de Marcel Bastin:


Los que pretenden que nuestra fe es el opio del pueblo no han comprendido absolutamente nada. Y tampoco han comprendido nada de ella los que quieren que miremos al cielo y nos desinteresemos de la tierra, que no es más que un «valle de lágrimas».

Porque nuestra fe nos provoca a un lento y paciente trabajo de gestación. Porque no hay ningún otro lugar de llegada de la Buena Nueva más que esa profunda inmersión en la tierra de los hombres.

Recuerdo la bodega que había en casa de mis padres y en las que conservaban los frutos para el invierno. Olía allí a manzanas y a peras; había que esperar la época oportuna para que se convirtieran en los postres perfumados del invierno.

Nuestra tierra tiene que conocer el tiempo oportuno para florecer en tierra nueva. Lenta maduración del tiempo para que dé a luz la eternidad. Pero ya, en la caridad que se enfrenta con las fuerzas que separan y dividen a los hombres, en la esperanza que se mantiene en pie a pesar de todos los desaguisados y las contradicciones de nuestra historia personal y colectiva, en la fe que ve ya lo invisible, más allá de las incertidumbres y de los cuestionamientos, en todo eso se nos dan a contemplar los brotes del mañana. Cuando la savia corre por las ramas de la higuera, la primavera está cerca.

«El Reino de Dios está cerca». Nuestra fe, en vez de arrancarnos de nuestra condición de hombres, nos remite a ella. Porque es allí, en esa condición debidamente aceptada, donde pueden descubrirse los gérmenes del mundo nuevo. No hay otro medio para nosotros de alcanzar a Jesús más que sumergiéndonos en nuestra vida de hombres. No hay otro lugar donde encontrar a Dios que nuestra existencia fielmente aceptada, con todas sus aristas y sus fracasos, con sus esperanzas y sus éxitos, porque Dios se ha desposado con nuestra historia para toda la eternidad: es el Ernmanuel, el Dios-con-nosotros y para-nosotros.

«Mirad la higuera». Secretamente, la savia va trabajando al árbol que parece muerto y sin vida. Lentamente va subiendo hacia las ramas, que parecían no tener más porvenir que la muerte y la esterilidad, y -maravillas de la vida- vuelven a ponerse verdes, promesas de un nuevo nacimiento. Nuestra fe y nuestra esperanza impulsan a la historia hacia su cumplimiento. Convierten nuestro tiempo, es decir, le dan su plena dimensión, su medida verdadera, su densidad real. «El Reino de Dios está cerca», y no hay otro lugar adonde pueda venir, sino a nuestras vidas pobremente humanas. Ahí está la verdadera grandeza de nuestra historia: ella es el único lugar que puede convertirse en historia con Dios, en historia sagrada. Mirad, pues, la higuera: ella os enseñará que nuestro tiempo tiene que conocer todavía el tiempo de maduración para convertirse en tiempo de Dios.