Reflexiones Bíblicas

San Lucas 2,36-40

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Estaba también la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada. Se había casado muy joven, y a los siete años de matrimonio había enviudado. 

Tenía ochenta y cuatro años. Estaba siempre en el templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. 

Se presentó en aquel mismo momento, y daba gloria a Dios hablando del niño a todos los que esperaban la liberación de Israel. 

Cuando cumplieron todas las cosas que mandaba la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 

El niño crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. 



¡El mundo viejo ha pasado! El mundo, con sus deseos, está desapareciendo. Ana, la anciana profetisa, con ochenta y cuatro años a sus espaldas, debía de saberlo bien... ¡Sin duda, se ha acabado el tiempo de los deseos ...! ¡Pues no! A Ana la sostenía un gran deseo: ¡servir a Dios, ver amanecer, por fin, el Día de Dios! Hija del Dios-luz, no podía dejar que se apagara en ella la lámpara del corazón antes de haber, visto con sus propios ojos la luz de lo alto.

Hablaba del niño a todos los que encontraba. Se diría que había empezado a vivir una nueva vida... Y así es, porque, si el mundo viejo ha pasado, ¡ha nacido ya un mundo nuevo! Ha nacido aquí abajo, nimbado con la claridad de lo alto, pues es el mundo de Jesucristo, venido en nuestra carne. En Él, la carne y sus deseos han recibido un sentido, una vida nueva. ¡Pero el mundo (viejo) no comprende nada!

«Lo que hay en el mundo, dice el apóstol san Juan, no procede del Padre»... Deseos egoístas, codicia de los ojos, soberbia del dinero. No es una condena de la vida, sino una orientación nueva de la creación, desorientada por el pecado. «Vosotros, hijos míos, habéis vencido al Maligno ... » Entonces, ¡que vuestros deseos egoístas se transformen en ardiente deseo de solidaridad y de paz; que vuestra mirada se haga contemplación del rostro de Dios en el rostro de todo hombre; que la riqueza sea en vuestras manos manantial de inesperada felicidad para los que nada tienen! Porque la palabra de Dios en nuestro corazón es llamamiento a una vida nueva, a una juventud en la que renacerá el mundo. ¿Quién no querría pasarse la vida guiado por semejante deseo?