Reflexiones Bíblicas

San Lucas 9, 11b-17

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. 

Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.» 

Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.» 

Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» 

Porque eran unos cinco mil hombres. 

Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.» 

Lo hicieron así, y todos se echaron. 

Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos. 

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Este jueves después de Pentecostés es dedicado a celebrar este aspecto de la figura de Jesucristo, que ha sido considerado muy importante en el pasado. Diríamos que para la sensibilidad moderna, ambas fiestas o celebraciones han perdido no sólo brillantez, sino también sentido, en buena parte. Los estudios exegéticos e históricos ponen en cuestión algunos de estos aspectos.

Por ejemplo: resulta que celebramos a Jesús como Sumo Sacerdote, pero caemos en la cuenta de que realmente él no fue ni Sumo Sacerdote, ni siquiera sacerdote, sino un simple laico, un laico además mal visto por el Templo y con malas relaciones con el sacerdocio, y que finalmente fue condenado por los sumos sacerdotes. ¿No hay ahí una contradicción? ¿Basta decir que Jesús es sacerdote «de otra manera», «en otro sentido»?

Algo semejante ocurre con la celebración de Jesucristo Rey, que sólo en el pasado siglo adquirió el estatuto de fiesta litúrgica, pero que durante siglos, ya desde el siglo IV, fue un elemento constante en la piedad popular y en la visión eclesiástica de Cristo: el Pantócrator de las catedrales, Juez Universal de la Capilla Sixtina, el Cristo-Rey con corona, trono y cetro de tantas estatuas… Resulta que Jesús fue todo lo opuesto a un Rey y a un señor todopoderoso… 

Ne se trata de estas dos fiestas nada más, sino de la disparidad esencial que se da entre lo que fue de hecho Jesús, el Jesús histórico, y lo que la fe eclesiástica construyó después, en el decurso de los siglos, sobre él, sobre su imagen, o sobre la imagen que la Iglesia se fue haciendo de él. 

Hoy, a la hora de replantear el sentido general del cristianismo en el contexto de un mundo pluralista, donde la multiplicidad de las religiones es una evidencia que no puede ser arrinconada con la ciega afirmación de que «sólo nosotros somos la religión verdadera», uno de los puntos más difíciles de resituar es, precisamente la cristología. ¿Es el título de Sumo Sacerdote un título que hoy ya casi no tiene sentido para nosotros? ¿No podemos dejar de considerar a Jesús bajo ese aspecto, hoy día que vivimos en otro contexto, con otras preguntas, y somos sensibles a otras categorías? El último conflicto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ha sido precisamente por esta revisión de la cristología, que el jesuita Roger Haight ha intentado hacer en su libro «Jesús, símbolo de Dios» (repárese bien en el título del libro, que es un desacostumbrado «título» de Jesús). Que a los actuales responsables de este dicasterio no les haya parecido correcto el resultado de la investigación de Haight, no es más que una invitación a una ulterior profundización, no sólo por parte de los especialistas, sino por parte de todos los cristianos. Todos estamos llamados a «creer de otra manera», superando la «fe del carbonero», como se llamaba a la fe de quien simplemente asumía y repetía lo que se le enseñaba, sin asumirlo personal y críticamente.