Reflexiones Bíblicas

San Lucas 4,31-37

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios." Jesús le intimó: "¡Cierra la boca y sal!" El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: "¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen." Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca. 

COMENTARIOS

Después de presentar el inicio del ministerio en Nazaret, Lucas comienza a narrar las acciones de Jesús. En el pasaje de la liberación del endemoniado se muestra como opera concretamente la salvación. El endemoniado intenta neutralizar a Jesús pronunciando su nombre. Aparece claro el combate entre las fuerzas del mal y la fuerza del bien que irradia Jesús. Pero la palabra de Jesús tiene autoridad y se impone sobre las fuerzas del mal. La palabra de Jesús está impregnada de autoridad. Aquí no hay que entender la autoridad como poder sino como autenticidad de vida. La vida de Jesús, relacionada directamente con Dios, es auténtica, veraz. No como las enseñanzas de los escribas y fariseos que carece de autoridad porque no están respaldadas por el testimonio de vida.

Jesús se revela como el liberador. Su Palabra desata las cadenas de la opresión que deshumaniza a esta persona. Por la Palabra de Jesús cobra nuevamente su dignidad.

Sólo el testimonio puede darle respaldo a la palabra. Lo que convence a la gente no son los discursos muy bien elaborados y encubiertos de ropaje religioso sino el testimonio de vida del mensajero. El mundo reclama a los creyentes actitudes, acciones, comportamientos concretos que respalden y den autoridad a todas las palabras que pronunciamos en los púlpitos, salas de catequesis o documentos doctrinales. ¿Nuestra predicación está respaldada por el testimonio de vida? ¿Nuestras actitudes cotidianas transparentan los valores evangélicos?