Reflexiones Bíblicas
San Lucas 12,49-53

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra." 

COMENTARIOS

Jesús era consciente de que un efecto inevitable aunque no deseado de su labor era ser causa de división entre los partidarios del inmovilismo y los que luchaban por un mundo nuevo. Por eso encendió la ira de los funcionarios del templo y de todos los que se consideraban dueños de la verdad. El fuego de la Palabra de Dios no era para funcionarios lúgubres, saturados de doctrinas y sedientos de poder.

Pero el fuego de Jesús no es el fuego de las pasiones políticas. Es el fuego del Espíritu que tiene que ser probado en la entrega total, en el bautismo de la donación personal. Es un fuego que prende allí donde se han abandonado los intereses personales y se busca un mundo de hermanos.

Porque la paz de Jesús es un fuego purificador que no se confunde con la «Pax Romana», aquella paz que Roma (y cualquier imperio de turno) se esfuerza por proclamar. Ésta es sólo una tranquilidad institucional que garantiza la ventaja de los opresores sobre los oprimidos, del imperio sobre los subalternos, de la injusticia sobre el derecho. 

El fuego purificador de Jesús hace madurar a los mensajeros, a los discípulos, a los profetas, a los apóstoles. El destino de ellos, como el del maestro, es salir al encuentro de la oscuridad con una lámpara que ponga en evidencia todo lo que el orden actual esconde tras el decorado. El fuego pone en evidencia también las deficiencias personales, las ambiciones soterradas, los deseos reprimidos. Fuego que se prueba con la entrega total al servicio del Evangelio.