Reflexiones Bíblicas
San Lucas 21,20-28

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. 

Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación." 

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Jesús profetizó la caída de Jerusalén. La capital se había convertido en el centro del emporio económico, religioso y social de Israel. Todo el gobierno y toda la actividad dependían de lo que allí se decidiera. La capital era también, el principal centro de interés de los romanos. Ellos sabían que mientras mantuvieran el control de la ciudad santa, conservarían el control de la nación.

Para Jesús lo que se estaba haciendo en Jerusalén no era lo correcto. El sabía que tan grande concentración de poder religioso y económico sólo se lograba a costa de la opresión y marginación de las poblaciones periféricas. 

Jesús entendía que «no hay cuña que apriete más, que la del mismo palo». Por esto, trataba de cambiar la mentalidad del pueblo, para evitar que las propias instituciones de Israel agobiaran a la gente sencilla. La sinagoga, el templo, la Ley y el sistema tributario judío se habían convertido, para la población, en una carga más gravosa que la impuesta por el imperio mismo. La solución, pues, no era derrocar al imperio para remozar las viejas instituciones. La alternativa estaba precisamente en el cambio interno de Israel. El cambio de mentalidad, la conversión, permitiría no seguir haciéndole juego al imperio, sino establecer un sistema más autónomo y equitativo, conforme lo pedía la antigua y olvidada legislación israelita (Cf. Dt 24, 5-22).