Reflexiones Bíblicas
San Lucas 1,39-45

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Unos días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá." 

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Hoy celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América Latina, fiesta en la que reconocemos en el rostro indígena, en el rostro moreno de María nuestra propia raza, nuestra propia tierra; y con ella celebramos la vida de tantos hermanos latinoamericanos que la reconocen como madre.

El evangelio de Lucas nos narra la historia de la visitación de María a Isabel. El saludo de Isabel es una aclamación de alabanza que exalta a María como la feliz, la bienaventurada, la llena de la gracia, del favor, del rostro de Dios. Isabel ha vivido el hecho de que su esposo Zacarías quedase mudo por no haber creído. A pesar de la falta de fe de su esposo, Dios les concede un hijo. Por eso Isabel exalta, se alegra de que María haya aceptado el plan de Dios, pues si su esposo que no ha creído fue favorecido por Dios, ella que ha creído es la favorecida de Dios. 

Nosotros también somos anunciadores, como María, de buenas noticias. La experiencia del contacto con Dios nos posibilita para el anuncio real de su Palabra. Ese encuentro se da en la medida que nos abrimos al contacto con el pequeño y desamparado, en la medida que reconocemos el plan de Dios en que abaja a los poderosos y enaltece a los humildes; en la medida que somos capaces de reconocernos como iguales y ponemos todo al servicio de ese ideal.