Reflexiones Bíblicas
San Juan 15,12-17

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros."

COMENTARIOS

Nunca he entendido este mandamiento de Jesús. Jesús nos manda amarnos unos a otros como él nos amó, con la misma intensidad, de la misma manera que él nos amó ¿Es que acaso el amor se puede mandar? ¿Es que se puede obligar a alguien a amar? Tal vez la traducción de este término no sea del todo exacta. La palabra griega entolê, traducida por mandamiento, significa -más que mandamiento- encargo encarecido, algo que se recomienda de todo corazón y que se desea vivamente que sea puesto en práctica. Y esta es la última recomendación de Jesús: «que os améis unos a otros», pero no con la medida del Antiguo Testamento que era la medida de uno mismo (amarás al prójimo como a ti mismo), sino con la medida con que amó Jesús, más que a sí mismo, hasta dar la vida por la causa de la denuncia de toda clases de opresión e injusticia, por amor a quienes ha tocado en la sociedad ser oprimidos y vejados.

Quien pone en práctica este encargo encarecido de Jesús no es ya siervo, sino amigo suyo. Esto es, se sitúa a su mismo nivel, participa de su mismo proyecto y estilo de vida. Amigo de Jesús o hermano, como llama Jesús a sus discípulos en la última cena; y, como hermanos, hijos todos de un mismo Padre cuya esencia se define como amor que se manifiesta en Jesús para dar vida a una humanidad abocada a la muerte. 

En el AT, la relación del ser humano con Dios se expresaba en términos de sumisión. Jesús, por el contrario, excluye la adhesión y el amor hacia él como propios de siervos o de súbditos. La relación con Jesús es una relación amigable y fraterna. La misión adquiere así una dimensión nueva: los discípulos se dedicarán con Jesús a una labor que sienten como propia; no serán siervos a las órdenes de un señor, sino personas libres, amigos que despliegan su propia iniciativa, hermanos que comparten su alegría en la tarea común.

Siendo el centro del grupo, Jesús no se coloca por encima de él; se hace compañero de los suyos en la tarea de manifestar el amor de Dios al mundo.