Reflexiones Bíblicas
San Lucas 10, 13-16

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo dijo Jesús: "¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. T tú, Cafarnaúm, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado".

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La primera lectura de hoy nos muestra algunos apartes del discurso de Yavé, o mejor de la respuesta de Yavé a Job. Dios hace ver a Job lo inmenso de su poder, que Dios es más grande que los estrechos límites de la tierra, el cielo y el pensamiento humano. Ante las palabras de Yavé, Job no tiene otro camino que reconocer la ligereza con la que ha hablado y prefiere más bien taparse la boca con la mano. 

El evangelio de Lucas narra tres ayes de Jesús contra tres ciudades galileas: Betsaida, Corazaín y Cafarnaún. Jesús ha constatado que en los lugares donde cabría esperar una pronta aceptación de su mensaje, es donde más resistencia y dureza de corazón ha encontrado, por el contrario donde no se esperaba nada ha encontrado mayor apertura y aceptación. A estas tres ciudades opone la actitud de Tiro y de Sidón. Lucas ignora la contraposición que hace Mateo de Cafarnaún con Sodoma (cf. Mt 11,23).

Es la constatación que hace Lucas del efecto producido por el evangelio dentro y fuera del pueblo de Jesús. Lucas es conciente de la universalidad del mensaje de Jesús, pero no deja de hacer caer en cuenta la obstinación del pueblo judío a los designios de Dios.

En ese mismo sentido nuestras actitudes no están muy lejos de parecerse a las de Betsaida, Corazaín y Cafarnaún. Creemos que ya lo sabemos todo, que no hay nada nuevo que nos pueda hacer mejores, y resulta que hay a nuestro alrededor tantas personas, tantas cosas, tantas situaciones que permanentemente nos están llamando al cambio, a la rectificación de nuestro modo de ver, sentir, pensar, y nosotros como si nada. Y lo que sucede en el plano personal también sucede en lo institucional. No podemos dejar de reconocer que pertenecemos a instituciones que la mayor parte del tiempo están cerradas a la acción siempre novedosa del espíritu; cerrazón que se traduce al apego a posiciones mandadas a recoger, posiciones dogmáticas que empobrecen cada vez más las posibilidades de enriquecimiento del mensaje, casi desprecio por lo nuevo, como si se tuviera autoridad para atajar las nuevas acciones del espíritu. Nos creemos poseedores de una verdad dada, fuera de la cual nadie tiene nada que decir, nada que aportar. Esa fue la realidad que enfrentó Jesús y esa misma realidad fue la que constató también el primer grupo de discípulos y discípulas, el mismo Pablo la vivió en carne propia y es la misma situación que vivimos aún entre nosotros. ¿Seremos premiados por haber guardado celosamente algunas verdades que el tiempo y la realidad cotidiana van exigiendo replanteamientos, adaptaciones en línea con la fidelidad al Espíritu? Muy probablemente no, quizás seremos más bien juzgados por no habernos aventurado a dejar actuar más al Espíritu. 

Jesús declara la íntima relación entre él y su Padre que lo ha enviado. No es posible admitir que Dios es grande, maravilloso, misericordioso y todo lo que queramos y dejar de lado la propuesta de Jesús. Rechazar, con la sutileza con que lo hacemos, cualquier aspecto del evangelio es rechazar a Jesús, y rechazarlo a él es rechazar al Padre que lo envió. Quizás entre nosotros es difícil escuchar un rechazo verbal a Jesús, pero lo que sí vemos con toda claridad es el rechazo práctico, el dejar de lado con mil justificaciones los aspectos más comprometedores y de mayor exigencia del evangelio; nos pasamos la vida teorizando, inventando planes y proyectos de evangelización que muchas veces se quedan en una mera teoría; ¿no es esta una de las muchas maneras como se puede evadir al mismo evangelio y por ende evadir a Jesús, es decir, rechazarlo?