Reflexiones Bíblicas
San Lucas 9, 46-50

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: "El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante". 

Juan tomó la palabra y dijo: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir". Jesús les respondió: "No se lo impidáis: el que no está contra vosotros, está a favor vuestro". 

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Durante esta semana tendremos oportunidad de leer algunos pasajes del libro de Job como primera lectura. Hoy tenemos algunos versículos tomados del prólogo en el que Satán pone en tela de juicio la fidelidad de Job a Dios, de quien sólo ha recibido bendiciones. Para los creyentes antiguos la riqueza material, la buena salud y la abundancia de hijos eran signos inequívocos de la bendición de Dios, y todo eso lo posee Job. Al parecer al autor del libro pertenece a una época en la cual comienza a ponerse en duda aquella creencia, y parece preguntarse si una persona que dice ser justa y amar a Dios cuando vive en la prosperidad, será capaz de mantenerse firme también en la escasez, en la enfermedad, en la desaparición y abandono de sus amigos. Para transmitir este cuestionamiento se vale de la imagen de Satán, tenido desde antiguo como aquel que acusa, o el acusador. Se trata sólo de un artificio literario que únicamente pretende poner de manifiesto desde le principio que lo que va a pasar no es un capricho de Dios, sino un intento del maligno por demostrar a Dios la debilidad del hombre y la facilidad con que éste abandona a Dios. Concluye nuestra perícopa con una alabanza de Job a su Dios: «bendito sea el nombre de Yavé» (v. 22), y con reconocimiento, en la línea de pensamiento antiguo, de que tanto el bien como el mal proceden de Dios así como la riqueza y la miseria, la salud y la enfermedad (v. 22).

Es importante recurrir al mayor número posible de intérpretes y críticos para no continuar malinterpretando el sentido final del libro de Job. La tradición teológica nos enseñó que allí se trata de una prueba que Dios pone a Job para comprobar su fidelidad; o mejor se nos enseñó con base en una interpretación equivocada del libro que Dios pone a prueba, que Dios tienta a sus criaturas y que Job sería el paradigma del hombre paciente y pacífico que soporta las «bromas» pesadas de Dios, como si Él fuera un «charlatán». De aquí a aceptar que de Dios vienen el bien y el mal, el dolor, la muerte y todo cuanto desastre se nos ocurra, hubo sólo un paso; pero, ¿cuántos pasos tenemos que dar para echar hacia atrás esa falsa concepción de Dios y su relación amorosa y misericordiosa con sus criaturas? O ¿cuántas generaciones tienen que pasar para dejar de lado esa influencia negativa? A nosotros, agentes evangelizadores, nos toca esa dura tarea de recomponer a base de estudio, investigación y predicación, una imagen más auténtica, más humana y más creíble del Dios liberador. 

El evangelio de hoy nos cuenta la versión lucana del pasaje de Marcos que leímos ayer domingo. Tanto Marcos como Lucas ubican estos dos aspectos del discipulado en el marco de uno de los anuncios de la Pasión. Los aspectos que tocan ambos evangelistas son: la cuestión de quién es el mayor entre los discípulos y en segundo lugar quiénes pueden o no ser considerados discípulos. Lucas toma estos dos aspectos casi diciendo «he aquí un par de ejemplos de lo que acabo de afirmar en 9,45: «no entendían nada de lo que él les decía». Es que si hubieran entendido algo, no se les hubiera ocurrido ponerse a discutir quién era el mayor, así como tampoco hubieran impedido que un cierto personaje expulsara un demonio en nombre de Jesús sólo porque oficialmente no era del grupo de discípulos. Pero bueno, ahí está la pedagogía de Dios encarnada en Jesús. A partir de las situaciones concretas Jesús adoctrina de manera concreta a sus discípulos y discípulas, muy diferente a cualquier doctrina basada en la especulación o mera teoría. 

Ante el peligro de la competencia por el poder de dominio, Jesús enseña que hay que hacerse pequeño para ser grande, que quien quiera ser el primero debe hacerse el servidor de todos y todas, y ante la tentación de excluir a alguien por el hecho de no estar «matriculado» en el grupo, Jesús enseña que todo el que obra el bien lo hace en definitiva movido por las semillas de la justicia divina que Dios mismo siembra en cada criatura sin excepción. Esto implica aceptar que también en las religiones no cristianas, como la hindú, mahometana, islámica, etc., hay quien nos puede mostrar rasgos de ese Dios que actúa en todos sin ningún distingo, y que en medio de tantas denominaciones cristianas con todo lo que hay de antievangélico, también hay semillas del Verbo que continuamente nos revelan el rostro amoroso de Dios.

La conclusión pues, es idéntica a la de ayer: en lugar de preocuparnos y ocuparnos en poner talanqueras a quienes trabajan por el bien, la justicia y la paz aunque no sean «de los nuestros», esforcémonos por tratar de ver cómo cooperamos más y mejor por la construcción y propagación del reino, de un reino en el que seguramente todos tenemos cabida, pues es el designio de Dios.