Reflexiones Bíblicas
San Lucas 9, 51-56

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y acabe con ellos?" El se volvió y les regañó, y dijo: "No sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos". Y se marcharon a otra aldea. 

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La lectura de Job nos presenta al protagonista del relato maldiciendo el día de su nacimiento y la noche de su concepción. Ya sabemos que en estos momentos Job lo ha perdido todo, propiedades, rebaños... en fin ahora se encuentra en la ruina. La situación lo lleva a maldecir su propia existencia y a preferir mejor la muerte. Dos cosas de este pasaje nos revelan el modo de pensar de la gente de aquella época. Por un lado, la muerte es el final de todo, al morir terminan las tristezas y desgracias, pero también las dichas y alegrías, como quien dice no hay todavía rasgos de esperanza escatológica, o de una vida eterna contemplando el rostro y la gloria de Dios. Por otro lado, Job se siente cercado, acosado por Dios; según él, Dios le ha mandado toda esa desgracia. No hay un rechazo explícito, no se percibe una rebeldía explícita puesto que ya desde el comienzo mismo de la obra, el autor ha puesto en labios de Job el modo de pensar: «Dios me lo dio, Dios me lo quitó». 

Con el evangelista Lucas iniciamos hoy una nueva sección de su evangelio, la IV, que tiene que ver con el camino, la subida a Jerusalén. Los tres sinópticos ubican a Jesús en Jerusalén ya casi al final de sus escritos dedicándole muy poco espacio y poco material a este camino de Jesús. Sólo Lucas dedica un espacio muy grande a la subida de Jesús a la capital de su pueblo, 10 capítulos (9,51-19,44), como quien dice, este recorrido de Jesús tiene para el evangelista un profundo sentido teológico. Jesús ha desarrollado su ministerio público en la región de Galilea (4,14-9,50),en donde ha enseñado, curado y revelado el sentido del reino de Dios. Seguramente él sabe que su actividad no puede darse por cumplida sino hasta que incluya también a Jerusalén, por eso decide irrevocablemente dirigirse allá. Su decisión no es caprichosa ni ingenua, se trata de una decisión muy realista que prevé un final catastrófico, una derrota total tanto para sí como para su ministerio, él mismo lo expresó en su primer anuncio de su pasión (9,22) y lo va a repetir dos veces más: cuando respondió a quienes le avisaron que Herodes quería eliminarlo, «no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén» (Lc 13,33). 

¿Qué busca entonces Jesús? Lucas utiliza todo este recurso literario para darle un realce mayor a la obra de Jesús. Él no se aparece de un momento a otro en Jerusalén, hay hacia atrás todo un camino en el cual Jesús ha ido sembrando las semillas de la verdad, de la libertad, del reino; pero esa siembra, ese ministerio debe incluir y concluir en Jerusalén, es allá donde el judaísmo oficial dirá su última palabra, aceptará o rechazará a Jesús, y su propuesta que es en definitiva la propuesta del Padre. Más adelante Lucas pondrá en boca de Pedro la síntesis de aquel juicio del oficialismo judío sobre Jesús y su obra (cf. Hch 2,14-42; 3,12-26; 5,29-32; 10,34-43).

Pero bien, si para Jesús está claro que subir a Jerusalén es «meterse en la boca del lobo», como algo necesario para concluir su obra y ser glorificado, para sus discípulos parece que sólo queda claro únicamente aquello de su glorificación. Ellos sueñan con un Mesías triunfante, glorioso, pero no se han tomado en serio, ni siquiera consideran lo del sufrimiento y el rechazo. ¡Imposible que este Jesús que viene «arrasando» por Galilea, no acabe también por arrasar en Judea y su capital Jerusalén! Ese parece que fue el detalle por el cual Jesús no fue recibido en una aldea samaritana. Sabemos que judíos y samaritanos se odiaban a muerte, que quienes se dirigían desde el norte hacia Jerusalén preferían dar un grande rodeo por el camino para evitar la ruta samaritana, pero en definitiva no parece que éste sea el motivo fundamental del rechazo a Jesús en esta aldea. Más bien se puede pensar que el fallo estuvo en la manera como los discípulos responsables de preparar la llegada de Jesús lo presentan ante los samaritanos: como un Mesías triunfalista, nacionalista, que se tomaría Jerusalén para dominar desde allí el resto del país y del mundo; con sobrada razón los samaritanos lo rechazan. ¿Qué sentido tiene darle bienvenida y acogida a un tirano? 

Como es tan difícil aceptar nuestros propios errores y fallas, y como es más difícil todavía autoaplicarnos los correctivos necesarios, los discípulos, que quieren además colaborar con la campaña triunfalista de Jesús, le sugieren que haga caer fuego del cielo para acabar con aquella gente que le han hecho semejante desplante. Jesús sin embargo, hombre pacífico y tolerante, no accede a semejante pretensión. No nos cuenta Lucas los términos exacto del regaño que se ganaron, pero por lo menos queda constatado que Jesús los increpó enérgicamente.