Reflexiones Bíblicas
San Lucas 11, 29-32

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: "Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.

COMENTARIOS

A propósito de la discusión sobre el origen del poder y de la autoridad de Jesús, encontramos hoy esta diatriba contra quienes quieren respaldar su fe en señales extraordinarias. Ya Lc 11,16 deja planteado que algunos exigían una señal del cielo para poder creer.

Cierto que nuestra fe necesita fundamento, bases sólidas, pero no podemos caer en la tentación o en la ingenuidad de ponerle condiciones a Dios para creer en El. La fe del seguidor de Jesús es una fe esencialmente confiada, no ingenua, que eso es otra cosa. Jesús no está exigiendo de sus seguidores una adhesión ingenua, acrítica. Todo lo contrario, sus palabras y los signos que realiza demuestran que su principal interés es abrir los ojos del pueblo, abrir esas conciencias aletargadas y malformadas por la perniciosa influencia de los dirigentes religiosos, con la única finalidad de que sus oyentes sean capaces de tomar partido, sepan a qué atenerse al momento de decidir. 

El comportamiento de masas es sumamente complejo y por eso hay muchos que se ha dejado influenciar por aquella ideología que hacía del Mesías esperado un ser espectacular, protagonista de signos extraordinarios. Y cierto que Jesús realiza signos verdaderamente extraordinarios, si se quiere, revolucionarios para su tiempo, pero que no pueden ser captados por las conciencias alienadas sino por aquellos que en medio de todo son capaces de descubrir la presencia del reino en Jesús y poco a poco van entrando en esa nueva realidad, son los que Jesús llama «pequeños». 

Jesús tilda a su generación de perversa y malvada, ellos pervirtieron la mente del pueblo exigiendo pruebas para creer; intuyendo Jesús su rechazo oficial, lanza esta invectiva contra esa clase de gente y se remonta al caso de Jonás y su predicación en Nínive. Convendría volver a leer la novelita de Jonás (es muy breve y su lectura atenta sería muy saludable) para que podamos sopesar mucho mejor el alcance de lo que Jesús dijo, y sigue diciendo, a quienes le exigen signos del cielo. 

En efecto si miramos bien, lo único que hace Jonás es recorrer la ciudad de Nínive durante un solo día, sin hacer ni decir otra cosa que «dentro de cuarenta días Nínive será destruida» (Jon 3,3-5). Eso fue suficiente para que aquella ciudad extranjera, símbolo para aquella época de la perversión y la injusticia, se convirtiera haciendo penitencia con los mismos gestos externos habituales en el judaísmo, y así Dios la perdonó. Mírese bien que nadie interroga al profeta sobre su origen, procedencia, su autoridad, ni siquiera el mismísimo rey se detiene en ello, bastó una palabra y el resto fue pura disposición a escucharle de manera obediente. 

El otro extremo de la comparación es absolutamente desproporcionado. Por un lado aquí (en tierra de Jesús) se trata de un pueblo con siglos de preparación, con toda clase de cuidados y de intervenciones divinas, en definitiva este es el pueblo de la promesa y de la esperanza de la realización/cumplimiento de las promesas; sin embargo, cuando llega el tiempo del cumplimiento no lo creen y piden signos. 

Es muy importante que en nuestras tareas pastorales, de evangelización y de catequesis inculquemos a la gente la necesidad de madurar cada día más en nuestra vida de fe. Que ayudemos a desmontar todo aquello que impide vivir con mayor convicción el don de la fe que nos ha dado Dios, pero siempre ayudando a que esa fe madura y crítica no sea un obstáculo para reconocer en lo pequeño, en lo mínimo la presencia amorosa de Dios que por medio de lo más simple y sencillo nos comunica más y más su vida.