Reflexiones Bíblicas
San Lucas 12, 8-12

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios. Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir".

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El evangelio de hoy debemos entenderlo en conexión con el resto del capítulo 12 y a su vez este capítulo debe ser entendido a la luz de la serie de instrucciones que Jesús va impartiendo tanto a sus discípulos de modo particular como a la gente en general en su ascensión a Jerusalén.

Así pues, teniendo en cuenta este marco de referencia continúa Jesús su instrucción, esta vez respecto a la radicalidad que implica tomar posición por Él. No queda en el vacío seguir a Jesús, tomar partido por Él, así como tampoco tiene mucha utilidad tomar partido por Jesús en lo recóndito del corazón, eso tiene que manifestarse, verse también exteriormente, y la consecuencia de esta posición Jesús la proyecta en el ámbito celestial: quien se declare a favor de Jesús delante de los hombres, también Él se declara a favor de ese discípulo o discípula delante de los ángeles de Dios, es decir delante de la Presencia misma de Dios, tendrá la aprobación del Padre.

Jesús no quiere una toma de posición a la ligera, carente de fundamento. Las críticas abiertas que va haciendo al judaísmo oficial, su libertad frente a las prácticas legales y su invitación a cuidarse de la levadura de los fariseos buscan en el fondo «vaciar» la conciencia de sus oyentes, desmontar todo aquello que no es esencial para la vida, y menos aún para la vida del seguidor. Sólo desde la experiencia de una conciencia liberada es posible captar la diferencia entre la práctica religiosa que libera y humaniza y aquella otra práctica esclavizante, alienante que sólo pretende en el fondo «ganar» méritos frente a Dios. Si hay alguien todavía que obstinadamente rechace al Hijo del hombre, también Él lo rechazará delante de Dios. Y esta declaración va directa contra los dirigentes religiosos de la época de Jesús que «ni entraban al reino ni dejaban entrar», y es en definitiva la sentencia dirigida al pueblo de la promesa; cuando se empezó a cumplir la promesa, la rechazan porque no estaba dentro de los parámetros pretenciosos de sus dirigentes. 

Llama la atención la sentencia sobre la «blasfemia» contra el Espíritu Santo. A lo largo de todo el Antiguo Testamento Dios se fue revelando como un Dios de la justicia, el Dios de la radical (no preferencial) opción por los pobres esto es, por el débil, el marginado, el sin nombre, sin derechos. Todo texto de la Escritura tendríamos que mirarlo a la luz de esta máxima revelación de Dios, la cual podemos constatar en Ex 3,7-9. Esa opción es radical (no preferencial) porque es inmutable, no connive con ninguna posición facilona, intermedia. Ahora, los responsables de la institución religiosa que tenían que transparentar esa opción de Dios, muchas veces se dejaron tentar por el poder, por la tendencia humana a dominar y a hacer pasar por divino lo que en realidad va contra la esencia divina, en una palabra muchas veces hicieron ver lo malo como bueno, mientras que lo bueno lo hicieron ver como malo; en tal sentido se trastoca todo el orden divino: pusieron a Dios en contradicción consigo mismo y por ende introdujeron en la conciencia del creyente la sensación de que se trataba de un Dios que hoy dice una cosa y mañana la desecha, pusieron el dato de la revelación divina como un evento del pasado (Dios optó por la libertad de su pueblo esclavizado y no más, una sola vez), sin conexión con el presente; como quien dice, los afortunados fueron los antepasados, hoy nosotros no sentimos, no percibimos, no experimentamos cómo Dios pueda optar también por nuestra libertad o liberación. Todos los subterfugios pues, que se crea la institución religiosa para matizar la verdadera imagen del Dios de los pobres es reafirmación de querer hacer ver malo lo que es bueno y bueno lo que es malo (no lo que es pecado, no se trata aquí de un juicio moral necesariamente) y eso es lo que llama Jesús blasfemia contra el Espíritu Santo, lo cual según sus palabras es tan abominable que no tiene perdón!

Ya la comunidad primitiva tuvo que enfrentar esa situación concreta, jugar con dos ases: delante de los conversos de un modo y delante de la oficialidad, de otro modo. Lo confirma la misma actitud de Pedro en Antioquía que tan claramente denuncia Pablo (Gál 2,11-14). Seguramente algunos fueron radicales y llegaron a extremos de soportar persecución y enjuiciamientos; a esos Jesús les garantizan que no se preocupen como responder ni como defenderse; tal debe ser la confianza que hay que poner en aquel que llama y envía.