Reflexiones Bíblicas
San Lucas 17, 11-19

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros". Al verlos, les dijo: "Id a presentaros a los sacerdotes". Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: "¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?" Y le dijo: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado".

COMENTARIOS

De diez leprosos que Jesús envía a presentarse ante los sacerdotes solo uno «incumple» la orden de Jesús y por ahí derecho quebranta también lo que estaba mandado en Levítico, pues consideró que antes que la norma estaba el encuentro consigo mismo y con la fuente misma de la vida que era Jesús; por eso se devuelve, olvida templo, sacerdotes, normas, mandatos, y regresa a postrarse delante de Jesús; ya no se queda alejado, conservando una distancia como en v. 12, claro que Lucas nos informa que se trataba de un samaritano; como quien dice, lo peor! En la desgracia del dolor y de la enfermedad, del aislamiento y de la exclusión, habían convivido los diez, mas ahora en la dicha, en la felicidad de la sanación, vuelve y se impone la barrera del legalismo, los otros nueve «tienen» que cumplir con lo que está mandado, tienen que comparecer ante el sacerdote porque es él y sólo él quien debe «certificar» que pueden reinsertarse en su grupo. Ninguno, fuera del ilegal samaritano, fue capaz de descubrir la acción maravillosa de Dios que se les cruzó en su camino. Esa es la realidad del pueblo que Jesús enfrenta, un pueblo que no tiene libertad, que no puede ver por sí mismo las acciones que Dios está realizando en Jesús, que tiene sus ojos vendados a causa de sus dirigentes. Una vez más queda demostrado que sólo los de fuera, los de la periferia, los considerados irrescatables por el centro, son los únicos que están en grado de «ver» como signos propios del reino las acciones y palabras de Jesús. 

Más allá pues, del gesto de gratitud / ingratitud al que casi siempre reducimos este pasaje, está la denuncia de los extremos dañinos hasta donde puede llevar el legalismo: incapacidad de descubrir en Jesús la realización de las promesas salvíficas del Padre, en definitiva, incapacidad para descubrir en la cotidianidad ordinaria de la vida los designios amorosos de Dios.